ESTUDIO # 16 EL REINO DE CRISTO
EL REINO DE CRISTO
Por
H. VIDALES
El
Reino de Dios es ubicado, entendido, o mejor dicho, ofrecido,
desde tres perspectivas globales.
1.-
El Reino de Dios ofrecido al pueblo Israelita.
“… ustedes
serán para mí un reino de
sacerdotes
y una nación
santa”. Exo.,=19.6
2.-
El Reino inaugurado de Jesús a los creyentes judíos.
” En
aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el
desierto de Judea. 2 Decía: «Arrepiéntanse, porque el reino de los
cielos está cerca”. Mat 3.2
“Desde entonces comenzó Jesús a predicar: «Arrepiéntanse, porque
el reino de los cielos está cerca”. Mat 4.17, ver 4.23, 6.33,
10.7,
Este
reino se menciona al mismo tiempo: está aquí y vendrá. Había
ciertas llaves o condiciones. Muy acorde con el entender del
pueblo a quien Jesús predicaba: Judíos. Mantenía una relación o
puente entre el Reino inaugurado de Cristo, conquistado por la fe
y por seguimiento de su persona. Con matices de obras o
condiciones. Recordemos que el misterio del Evangelio a los
gentiles no estaba plenamente revelado.
El
reino es recibido por quien se comporta como un niño Mar. 10.14
Por
el reino dejar casa y familia Lucas 18.29
Nacer de nuevo Juan 3.3
Nacer de agua y espíritu Juan
3.5
3.-
El reino pleno de Jesucristo revelado inicialmente a los
apóstoles, desde el inicio de la obra de la Iglesia por el
Espíritu Santo descrita en todo el libro de Hechos, pasando en
forma muy abierta y objetiva por el concilio de Jerusalén (Cap
15), y revelado completamente a Pablo en la Carta a los Romanos,
Gálatas, Efesio, Colosenses, Hebreos. Donde el reino llega por la
Gracia de Cristo, y con la llave del Espíritu Santo como arras de
la promesa, que lo ratifica con la respuesta motivada por el mismo
Espíritu Santo por el don de la Fe. (Rom. 2.4)
El
bosquejo del libro de Hechos revela una comprensión apostólica del
Reino:
Aparece el poder del Reino (1.1–2.47)
El
poder del reino se confirma (3.1–6.7)
El
poder del Reino se extiende (6.8–8.40)
El
poder del Reino conquista a un enemigo (9.1–31)
El
poder del Reino rompe las barreras (9.32–12.25)
El
poder del Reino constituye misioneros (13.1–14.28)
El
poder del Reino sana las divisiones (15.1–16)
El
poder del Reino alcanza a la gente receptiva (16.6–17.34)
El
poder del Reino conquista fortalezas (18.1–20.38)
El
poder del Reino apagado (21.1–23.30)
El
poder del Reino contristado (23.31–26.32)
El
poder del Reino prevalece (27.1–28.31)
Hayford, J. W. (1995). Estudio de Hechos: Poder del reino (electronic
ed.). Nashville: Editorial Caribe.
Las
llaves ahora son dones (Gálatas), frutos del Espíritu Santo.
La
bienvenida o pase, (llave), es prerrogativa 100% de Cristo y
ratificada por la Fe.
A los que
predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los
justificó; y a los que justificó, también los glorificó. Rom. 8.30
ver hasta fin capitulo y cap 9.
«Tendré clemencia
de quien yo quiera tenerla,
y seré compasivo
con quien yo quiera serlo.»
“El
reino de Dios no consiste en comidas ni bebidas…” Rom. 14.17
Rom.
9
16 Por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del esfuerzo
humano sino de la misericordia de Dios. 17 Porque la Escritura le
dice al faraón: «Te he levantado precisamente para mostrar en ti
mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra.»
18 Así que Dios tiene misericordia de quien él quiere tenerla, y
endurece a quien él quiere endurecer. Vs 15-18. Todo el 9 y seguir
cap 10. Esto describe la voluntad soberana de Dios.
Las llaves:
• Describen
los instrumentos que usamos para acceder a algo o para hacerlo
funcionar.
• Definen
los conceptos que desencadenan posibilidades que asombran la
mente.
• Describen
las diferentes estructuras de las notas musicales que
posibilitan la variación y las escalas.
Jesús habló de llaves: “Y a ti te daré las llaves del reino de los
cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los
cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los
cielos” (Mat 16.19).
Aunque no hay una lista específica de cuáles eran exactamente las
llaves a las que Jesús se refería, está claro que confirió a su
Iglesia—a todos los que creen—el acceso a una esfera de
compañerismo espiritual con El en el dominio de su Reino. Aunque
no es una llave que restringe la entrada, sino tiene que ver con
la relación.
Algunos estudiosos fieles de la Palabra de Dios, que se mueven en
la gracia práctica y la sabiduría bíblica de una vida y un
ministerio llenos del Espíritu Santo, han observado algunos de los
temas básicos que apuntalan esta clase de “compañerismo
espiritual” que Cristo ofrece. Las “llaves” son conceptos, temas
bíblicos, que pueden rastrearse a lo largo de las Escrituras y que
son verificables cuando se aplican con una fe bien fundamentada
bajo el señorío de Jesucristo.
El
«compañerismo» es el rasgo esencial de esta descarga de gracia
divina; (1) los creyentes buscan recibir la promesa de Cristo en
cuanto a «las llaves del reino», (2) a la vez eligen creer en la
disposición del Espíritu Santo de poner en acción su liberador e
ilimitado poder en nuestros días.
Una observación
adicional a la propuesta de que las llaves del reino no están
condicionadas para la entrada.
Iniciando con la parábola del reino de la perla de gran precio,
observamos que el “reino” de los cielos es el comprador de la
perla y da todo por adquirirla. En el libro de Romanos el apóstol
Pablo nos mete de lleno en el reino de Cristo cuya entrada es
solamente por fe. En los primeros capitulos1 al 4 observamos la
condición del hombre, misma que no garantiza ninguna entrada, si
es gentil, están destituidos de promesas, si son judíos de
cualquier manera pecaron. Tanto judío o gentiles, expresa, “no hay
justo ni aun uno”. En el capitulo 5 es directo con la condición de
entrada: 1.- Es mediante justificación o por la justicia de
Cristo. 2.- Es por gracia que tenemos acceso y 3.- Aun en la
deplorable condición del hombre nos da la entrada al reino
sempiterno. Observemos:
“En
consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe,
tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
2 También por medio de él, y mediante la fe, tenemos acceso a esta
gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos
en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. 3 Y no sólo en
esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el
sufrimiento produce perseverancia; 4 la perseverancia, entereza de
carácter; la entereza de carácter, esperanza. 5 Y esta esperanza
no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro
corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.
6 A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo
señalado Cristo murió por los malvados. 7 Difícilmente habrá quien
muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir
por una persona buena. 8 Pero Dios demuestra su amor por nosotros
en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por
nosotros.
9 Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta
más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios!
10 Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados
con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón,
habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida! 11 Y no
sólo esto, sino que también nos regocijamos en Dios por nuestro
Señor Jesucristo, pues gracias a él ya hemos recibido la
reconciliación”. Rom. 5.1-9
En
los versículos siguientes se nos describe reiteradamente, que por
el pecado (Adan) la llave se perdió. Pero Jesucristo la recuperó
por su gracia. En los
términos que estamos tratando, la llave ahora es la gracia de
Cristo. El versículo 17 lo describe magistralmente:
“Pues si por la trasgresión de un solo hombre reinó la muerte, con
mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la
justicia reinarán en
vida por medio de un solo hombre, Jesucristo”. Ver hasta el v. 21
Después de esta breve introducción, observemos el punto de vista
teológico erudito del Reino.
REINO DE DIOS
El dato más histórico
sobre la vida de Jesús es el símbolo que dominó toda su
predicación, la realidad que dio sentido a todas sus actividades,
es decir, el "reino de Dios". Los evangelios sinópticos resumen la
enseñanza y predicación de Jesús en esta concisa sentencia: "Se ha
cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y
creed en el evangelio" (Mar 1.14-15; Mat 4.17; Luc. 4.43). La
expresión se encuentra 122 veces en el evangelio, y 90 en los
labios de Jesús.
Jesús predicó el reino
de Dios no a sí mismo (K. Rahner), aunque en su propia enseñanza
Jesús figura como el representante (Luc. 17,20-21), el revelador
(Mar. 4,11-12; Mt 11,25-26), el campeón (Mar. 3,27), el iniciador
(Mat 11,12), el instrumento (Mat 12,28), el mediador (Mar
2,18-19), el portador (Mat 11,5) del reino de Dios (BEASLY-MURRAY,
Jesús, 296). El reino no es solamente el tema central de la
predicación de Jesús, el punto de referencia de la mayoría de sus
parábolas y el tema de un gran número de sus dichos; es también el
contenido de sus acciones simbólicas, que forman una parte tan
grande de su ministerio, a saber: su amistad con recaudadores de
impuestos y pecadores hasta sentarse a la mesa con ellos, sus
curaciones y exorcismos. Porque en su comunión con los proscritos;
Jesús vivió hasta sus ultimas consecuencias el reino, demostrando
con hechos el amor incondicional de Dios a los indignos pecadores
(SOAREs PRABHU, Kingdom, 584).
La muerte y
resurrección de Jesús situó su mensaje en un contexto nuevo, con
el resultado de que en Pablo y Juan el reino de Dios no está ya
directamente en el centro de la predicación cristiana. "Jesús, el
predicador del reino de Dios, se convirtió después de la cruz en
Cristo predicado" (Bultmann). Esto no es una falsificación del
mensaje. Hay dos temas centrales en el NT: el reino
de Dios y Jesús el Cristo.
No es fácil definir con
precisión lo que significa realmente la expresión reino de Dios.
En el curso de la historia de la teología la interpretación de
esta expresión ha cambiado a menudo según la situación y el
espíritu de la época. La palabra reinado" o "reino" es un término
primitivo, que no evoca una resonancia en nuestra actual
experiencia de la realidad. La expresión necesita ser traducida
para extraer su significado. La cuestión, en relación al mensaje
de Jesús del reino, es por tanto: ¿cómo podemos salvar el abismo
hermenéutico entre lo que el reino de Dios significaba en la
enseñanza de Jesús y lo que puede significar para nosotros hoy?
(N. PERRIN, Language, 32-56).
En la discusión bíblica
y teológica sobre el reino en los tiempos modernos podemos
distinguir tres enfoques: el reino como concepto, el
reino como símbolo y
una nueva manera de
enfocar el reino en cuanto relacionado con la liberación. Cada
aproximación plantea diferentes cuestiones que deberían
considerarse como complementarias.
a) El reino
como concepto. La
primera aproximación puede describirse como centrada en el autor".
Aquí la cuestión es qué querían decir los autores de la Biblia con
este concepto. Tratar la expresión reino de Dios como un concepto
supone que detrás de ella encontramos una idea clara y constante;
por ejemplo, el reino de Dios es la intervención final,
escatológica y decisiva de Dios en la historia de Israel para
cumplir las promesas hechas a los profetas. La cuestión es
encontrar lo que la frase significaba en la enseñanza de Jesús,
aunque Jesús mismo nunca definiera el reino en términos precisos.
b) El reino
como símbolo. Podemos
referirnos a la segunda como una aproximación "centrada en el
texto". Intenta investigar lo que el propio texto significa y dice
actualmente. Considerar el reino como un símbolo abriría
la expresión a evocar una serie completa de ideas, puesto que el
símbolo, por definición, proporciona una serie de significados que
no se pueden agotar ni expresar de manera adecuada mediante un
único referente (PERRIN, Language, 33).
El símbolo reino evocaba
en Israel la memoria de la actividad de Dios, sea corno creador
del universo, como creador de Israel en la historia o finalmente
la expectación de su intervención final al fin de la historia. Es
el Dios que actúa en la historia en favor de su pueblo, y en
última instancia en favor de la creación entera; el referente que
subyace y al que se refiere toda la enseñanza y predicación de
Jesús. La expresión representa una muy rica y polifacética
"experiencia religiosa". Expresa "relación personal" y está
incluso ligada a áreas geográficas.
c) EL reino como
liberación. La
tercera aproximación, que ha surgido en tiempos recientes, se
puede denominar aproximación "centrada en el lector". Los teólogos
de la liberación apelan al reino de Dios para ayudarse a articular
y hacer frente a la cuestión fundamental de la teología de la
liberación: la relación entre el reino de Dios y la práctica de la
liberación en la historia. "Tratamos aquí la cuestión clásica de
la relación entre fe y existencia humana, entre fe y realidad
social, entre fe y acción política o, en otras palabras, entre el
reino de Dios y la construcción de este mundo" (G. GUTIÉRREZ, Teología, 45).
Lo que está en juego es la dimensión transformadora del mundo del
reino. Aquí la cuestión es: qué tiene que decir realmente la
expresión reino de Dios a la situación concreta en la que nos
encontramos ahora, a una situación que está marcada por la
opresión y explotación absolutas. Esta aproximación, aunque no
niega las otras, subraya muy fuertemente el aspecto dinámico del
reino. El mensaje de Jesús persigue la transformación de toda
realidad más que ofrecernos nueva información e ideas sobre ello.
Pretende recuperarla dimensión histórica del mensaje de Dios y
alejar ese mensaje de todo universalismo abstracto, de modo que el
mensaje bíblico pueda ser más sensible al mundo de la opresión y a
las estructuras de un orden social injusto (J. FÜELLENBACII, Hermeneutics,
37-48).
Podemos concluir que
mientras la primera aproximación intenta llegar detrás del texto",
la segunda permanece "con el texto" y la tercera se coloca "frente
al texto". La discusión en términos del primer enfoque, el reino
como concepto, se desarrolló ampliamente en Europa (Alemania y
Gran Bretaña); el segundo, el reino como símbolo, en América del
Norte, y el tercer enfoque, reino de liberación, surgió en América
Latina.
1. EL REINO DE DIOS
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO. La expresión literal "reino de Dios"
no se encuentra en el AT, pero se dice nueve veces que Dios reina
en un reino. La mayoría de los exegetas insisten en que el término
abstracto malkut está
asociado a Yhwh, Dios de Israel, sólo aparece muy tarde en el AT,
y significa el acto de Dios. El acento se pone en la autoridad y
dominio regios, más que en un territorio o un lugar. Es visto, por
tanto, como una idea religiosa. En época reciente esta tesis ha
sido puesta en cuestión al abordar la noción reino no sólo desde
el método histórico-crítico, sino también desde un punto de vista
socio-político (N. LOHFINK, Begriff
des Gottesreichs, 33-86). La fe
del AT descansa sobre dos certezas. Primera, que Dios ha venido en
el pasado y que ha intervenido en favor de su pueblo. La segunda
es la firme esperanza de que Dios vendrá de nuevo en el futuro
para cumplir su propósito respecto al mundo que él ha hecho. Como
lo expresó Martin Buber: "La realización de la soberanía de Dios
que lo abarca todo es el próton
y el ésjaton de
Israel" (BEASLI'-MIJRRAZ', Jesus,
17).
Lo que sigue puede
considerarse como los elementos básicos de la noción del reino de
Dios en el AT. a) Dios
es rey de toda la creación, y de Israel en particular, en virtud
de la alianza. b) Este reinado sobre Israel es experimentado de
una manera particular en la celebración litúrgica, es decir, en el
culto. c) La esperanza de una venida final y decisiva de Yhwh en
favor de su pueblo en el futuro para cumplir sus promesas hechas a
los padres y los profetas (R. SCHNACKENBURG, God's
Rule, 11-74).
Lo que era único era la
experiencia de Yhwh como Señor de la historia, que actúa en favor
de su pueblo, que cuida, protege, perdona, cura y hace una alianza
con él. Todo esto forma parte de lo que significa decir: Dios es
rey de Israel y de todas las naciones. El verdadero cuidado y
presencia de Dios en medio de su pueblo son después expresados en
símbolos como: padre, madre, pastor, novio, etcétera. Las
funciones concretas de Yhwh como rey que reina en medio de su
pueblo se convierten en componentes de esta experiencia: él crea
un pueblo, organiza su estructura, lo alimenta, lo protege,
dirige, corrige, redime e imparte justicia para él. Todo esto
forma el trasfondo de la "experiencia religiosa" expresada en el
símbolo del reino de Dios (CABELLO, El Reino, 16-18).
2. EL MENSAJE DEL
REINO EN EL NUEVO TESTAMENTO. Jesús nunca definió el reino de
Dios en lenguaje discursivo. Presentaba su mensaje del reino en
parábolas. Las parábolas han de ser consideradas como "elección
por parte de Jesús del vehículo más apropiado para entender el
reino de Dios" (B. ScoTT, Jesus
Symbol Maker, 11). Ellas
son la predicación misma y no deben contemplarse como supeditadas
meramente al propósito de una lección que es totalmente
independiente de ellas. Aquí la participación precede a la
información. Las parábolas tienen que seguir siendo el punto de
referencia para comprender el mensaje del reino (J.D. CROSSAN, The
Parables, 5152). El
contenido básico del mensaje del reino puede resumirse en las
siguientes características:
a) Está
"ya "presente y "todavía" por venir. La
propia mentalidad de Jesús, su enseñanza y predicación fueron
modeladas de manera muy profunda por los grandes profetas del AT,
particularmente por el DéuteroIsaías. Según Lucas (4,16-21) y
Mateo (11,1-6), él entendió su misión en el marco de la tradición
del jubileo, que anuncia el "gran año de gracia" como definitiva
visita de Dios en favor de su pueblo (N. LOHFINK, The
Kfngdom of God, 223).
Jesús proclamó esta visita final de Dios no como un simple futuro
más ni como un objeto de ansiosa expectación (Luc 3,15), sino como
algo que ha llegado con él. El reino se ha convertido en una
realidad presente, está "cerca" (Mar 1,14), "dentro de vosotros" (Luc 17,21),
demuestra su presencia efectiva como una fuerza liberadora a
través de exorcismos (Mat 12,28), curaciones y perdón de los
pecados.
Aunque la presencia
histórica del reino en y a través del ministerio de Jesús es
afirmada con fuerza, el cumplimiento de lo que es ahora
experimentado confusamente, de una manera anticipada, está todavía
por venir. Esto crea la tensión del "ya" y el "todavía no". El
acento, que recae bien en el "todavía no" o sobre el "ya"
determina el modo en el que el mensaje de Jesús sobre reino es
contemplado como afectando a este mundo ya ahora. Si el acento se
pone en el "todavía no", se enfatizan los "juicios del reino" en
el mundo presente, y la esperanza de su venida final se convierte
en el factor determinante para la acción. Aunque nadie niega la
presencia del reino, el acento en la teología tradicional se pone
en el "todavía no" en detrimento del "ya". En palabras de Lohfink:
"Para ser justos con el mensaje y práctica de Jesús, se debe, más
que cualquier otra cosa, insistir con denuedo en la presencia de
la basileia (reino
de Dios. Nota de HV) que
Jesús mismo mantuvo" (G. LOHFINK, Exegetical
predicament, 103).
Aunque Jesús se situó
en la tradición de los grandes profetas, su mensaje está
profundamente influido por las expectativas apocalípticas de la
época. Sin embargo, no compartió el pesimismo de los escritores
apocalípticos en relación con este mundo, sino que trazó una
visión realista del poder del mal. Su mensaje del reino de Dios
sólo puede entenderse en su contraste con el reino del mal, que
opera en este mundo invadiéndolo todo. Jesús entendió su misión
como una ruina y derrumbamiento de los poderes del mal y trae una
liberación que persigue el fin de todo mal y la transformación de
la creación entera (W. KELBER, Kingdom
in Mark, 15-18).
b) El
reino como don gratuito de Dios y tarea para los seres humanos. Puesto
que el reino de Dios es Dios mismo, que ofrece su amor
incondicional a su criatura y que da a cada una participación en
su propia vida, debe entenderse como un don gratuito, al que no
tenemos en modo alguno ningún derecho. Podemos aceptarlo sólo como
un don de amor de parte de Dios con gratitud y acción de gracias.
Ésta es la principal enseñanza de las parábolas del crecimiento
(Mar 4 y Mat 13). Se puede orar "venga tu reino" (Mat 6,10), se
puede gritar a Dios día y noche (Luc 18,7), puede uno mantenerse
en vela como las vírgenes prudentes (Mat 25,1-3); pero es Dios
quien lo "da" (Luc 12,31). Sin embargo, el carácter de don del
reino no hace de los seres humanos meros objetos pasivos. Las
parábolas de los talentos (Mat 25,14,30) y del tesoro en el campo
(Mat 13,44) muestran que los seres humanos son también actores en
el reino. Aquí el reino es puro don, pero viene sólo asumiendo
increíbles riesgos. La venida del reino de Dios es total y
absolutamente obra de Dios, pero al mismo tiempo es también total
y absolutamente obra de seres humanos (G. LOHFINK, Exegetical
predicament, 104-105).
c) Las
dimensiones religiosas y políticos del reino. El
carácter religioso del reino es tan evidente en la Escritura que
no requiere especial atención. El reino trasciende este mundo y
tiene como meta los cielos nuevos y la nueva tierra. Este aspecto,
sin embargo, es a menudo acentuado hasta tal punto que el reino no
tiene cabida ya en este mundo. Consecuentemente, el mensaje de
Jesús se convierte totalmente en un asunto privado y el aspecto
social del reino es completamente ignorado y abandonado.
Actualmente se han hecho intentos de rescatar a Jesús de la
prisión del individualismo y devolverlo a la vida social de nuevo
(P. HOLLENBACH, The
historical Jesus, 11-12). Colocando
a Jesús en la situación de su tiempo y contemplando su misión ante
todo en el marco de restaurar a Israel y de anunciar el "gran año
de gracia" para su pueblo, la implicación política del mensaje de
Jesús se hace obvia en forma de exigencia de una reestructuración
radical de todas las estructuras sociales del presente sobre la
base de la alianza.
¿Hasta qué punto fue
Jesús político? Jesús relativizó toda autoridad ante el Padre y
ante el reino. Emprendió una actividad que tenía significación
política, y lo más radical fue la negación de autoridad absoluta a
cualquier poder de su tiempo. De este modo Jesús se nos presenta
con una "política normativa"; es decir, toda autoridad legítima
debe ser sometida al reino que irrumpe y que exige la
reestructuración y el reordenamiento de todas las relaciones
humanas.
Insistir en que el
mensaje de Jesús sobre el reino fue puramente religioso y que no
tenía nada que decir sobre las estructuras socio-políticas no se
puede sostener sobre la base de las Escrituras, sino solamente
desde una visión del mundo, más bien dualista, que niega toda
relevancia del evangelio para las realidades intraterrenas (P.
STEIDL-METER, Social
Justice, 15-16).
d) El
carácter salvador y universal del reino. Juan
el Bautista anunciaba la venida inmediata del reino y rechazaba
todo particularismo judío y toda pasividad ética. La ascendencia
judía no era ninguna garantía de salvación. Al adoptar el bautismo
como rito utilizado para prosélitos judíos declara de hecho que
los judíos están al mismo nivel que los gentiles ante la
perspectiva de la visitación mesiánica venidera. En contraste con
Jesús, que compartía la mayor parte de la visión de Juan del reino
venidero, éste anunciaba primero el gran juicio que precedería a
la venida del reino escatológico. Nadie podía entrar en el futuro
reino sin haber pasado por este juicio. Para Jesús el
acontecimiento totalmente cierto, que está sucediendo en ese mismo
momento en sus palabras y acciones, es que Dios está ofreciendo su
salvación final a todos ahora, en este preciso momento. Esta
oferta es absolutamente incondicional y persigue sólo una meta: la
salvación de todos, pero especialmente de los pecadores y
proscritos, que menos la esperaban. La venida no depende de
nosotros ni podemos evitarla. El motivo para la acción ante el
reino que irrumpe ahora no es el juicio que viene, como en la
predicación de Juan, sino esta incondicional oferta de salvación
La función del juicio futuro, que Jesús no niega, no es tanto una
amenaza de condenación, sino más bien un aviso para no permanecer
sordos y cerrados a la presente oferta de salvación (H. MERKLEIN, Die
Gottesherrschaft, 146-149).
Para Jesús, el reino es
un mensaje de paz y gozo. Ahora no es tiempo de lamento y de ayuno
(Mar 2,18ss). El
reino de Satán se está derrumbando (Luc 10,18). Ahora
es tiempo de salvación; la separación del bien y del mal se hará
al final (Mt 13,24-30). La
oferta de salvación es ahora para todos: judíos y gentiles, justos
y pecadores. Aunque Jesús restringió su misión a la "casa de
Israel", él previó la entrada de los gentiles (Mat 8,11) en
la imagen de la gran peregrinación de las naciones, tal como se
describe en Is
2,2-3.
e) El
desafío del reino: la conversión. A
la proclamación indicativa de que el reino de Dios era una
realidad inminente, Jesús añade un imperativo: una llamada a la
conversión, como respuesta a la venida de Dios en persona. Esta
respuesta al reino "que está cerca" se expresa con las palabras convertíos
y creed. Puesto que
el reino es un poder dinámico que constantemente irrumpe en este
mundo, la llamada al arrepentimiento es una llamada permanente
dirigida a todo el mundo; no sólo a los pecadores, sino también a
los justos que no han cometido grandes pecados.
Convertirse significa volverse
hacia, responder a
una llamada. Se nos pide que dejemos entrar en nuestra vida este
mensaje del todo inaudito, dejarse uno sorprender por esta gran
noticia. Este dar la
vuelta hacia el
reino incluirá un alejarse
de. Pero el motivo
para la conversión es el reino de Dios que irrumpe como si ya
hubiera llegado, y no ninguna demanda de prepararse para su futura
venida. La conversión es una gozosa oportunidad, no un
acontecimiento terrible de juicio y condenación. El hijo perdido
ha vuelto a casa (Luc 15,25), el
muerto ha vuelto a vivir de nuevo. "Porque este hijo mío había
muerto y ha vuelto a la vida se había perdido y ha sido
encontrado" (Luc 15,24.32). La
l conversión, por tanto, va precedida por la acción de Dios a la
que se nos llama a responder. Sólo su amor lo hace en absoluto
posible. La conversión es una reacción de la persona a la acción
previa de Dios (J. FUELLENBACH, Kingdom,
58-59):
Es importante que el
reino de Dios, que irrumpe constantemente, sea contemplado como
algo que siempre es
buena noticia y nunca juicio o condenación. Jesús no abandonó el
juicio (la palabra aparece 50 veces en su predicación), pero lo
pospuso. Sólo aquel que no hace caso del reino ahora tendrá
que afrontar el juicio cuando llegue la plenitud del reino. Por lo
tanto, dondequiera que se predique el reino, no debe anticiparse
el juicio. El evangelio tiene que seguir siendo siempre buena
noticia y ser predicado como corresponde.
f) Compromiso
con la persona de Jesús. El
símbolo "reino de Dios" apunta fundamentalmente y revela de una
manera muy concreta el amor incondicional de Dios a sus criaturas.
Este amor incomprensible (Ef 3,1819) se manifestó e hizo tangible
en la persona de Jesús de Nazaret. Por eso el reino no es sólo un
"gran designio", un "sueño utópico que se ha hecho realidad", el
"plan definitivo de Dios respecto a su creación"; es
fundamentalmente una persona: Jesucristo.
Lo que
verdaderamente es, sólo lo podemos sentir e imaginar en un
encuentro personal con él, "el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí" (Gál 2,20). Conversión significa volverse hacia alguien.Significa
acoger, aceptar a Jesús como el centro de toda nuestra vida. A él
y su evangelio subordinamos todo lo demás (Me 10,28), incluso la
propia vida (Me 10,32). Previamente a la pregunta sobre qué es el
reino, está la pregunta: "¿Quién es Jesús para mí?" (R. CABELLO, El
reino, 22). La
conversión, en último análisis, es un compromiso personal con
Jesús, una declaración abierta por él. La persona de Jesús se
convierte en el factor decisivo de salvación, de aceptación o de
rechazo del reino de Dios. Esta adhesión personal es un elemento
nuevo y sin precedentes en las pretensiones de Jesús.
Resumiendo, pues, el
mensaje fundamental de Jesús contiene un indicativo que
compendia toda la teología cristiana y un imperativo que
resume toda la ética cristiana. El indicativo es la proclamación
del reino, es decir, la revelación del amor incondicional de Dios
a todos. El imperativo es una llamada a volverse hacia su reino
inminente y dejar que su poder entre en mi vida.
g) Una
definición del reino. Jesús
nunca definió el reino dé Dios. Describió el reino con parábolas y
analogías (Mat 13; Mar 4); con imágenes como vida, gloria, gozo y
luz. Pablo, en Rom 14,17, presenta una descripción que es lo más
cercano a una definición: porque
el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo
en el Espíritu Santo.
A. Schweitzer
consideraba este texto como "un
credo válido para toda época': Algunos
eruditos han deducido de aquí que el símbolo "reino de Dios" no
sólo es el centro de los sinópticos, sino también de todo el NT.
Justicia, paz y gozo son conceptos clave que expresan relaciones
con Dios, con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la
naturaleza. Dondequiera que los cristianos se relacionan en justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo, allí
se hace presente el reino. El reino, definido en una breve
fórmula, no es otra cosa que justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo (H. WENZ Theologie
des Reiches Gottes, 20-24).
3. LA PERSONA
DE JESÚS Y EL REINO DE DIOS. ¿Cómo se relaciona el reino de
Dios y la persona de Jesús?
a) El origen
de la experiencia del reino por Jesús. La
proclamación del reino por Jesús está enraizada fundamentalmente
en su "experiencia del Abba". El
mensaje del reino le fue "enviado" en su oración, y por tanto está
íntimamente ligado a, y determinado. por su experiencia personal
de Dios como Abba. Jesús
experimentó a Dios como aquel que venía como amor incondicional,
que tomaba la 'iniciativa y 'entraba en la historia humana de una
manera y en un grado no conocidos por los profetas. Esta
experiencia de Dios determinó toda su vida y constituyó el
verdadero núcleo de su mensaje del reino (H. SCHURMANN, Gottes
Reich, 21-64).
Jesús sabia de que Yhwh
quería conducir a Israel, y en definitiva a todos los seres
humanos, a aquella intimidad con él que él mismo experimentaba en
su propia relación con Dios, a quien él llamaba Padre. Esto se
expresa de manera más explícita en la oración del Señor. Aquí
Jesús autorizó a sus discípulos a seguirle dirigiéndose a Dios
como Abba. Al
hacerlo así, les permite participar en su propia comunión con
Dios. Solamente aquellos que puedan decir este Abba con
una disposición de niños serán capaces de entrar en el reino de
Dios (J. Jeremias). En Jesús, el Padre quiso hacer que la alianza
fuera verdadera y quedara finalmente establecida. Esto es lo que
Jesús concibió que es el reino de Dios que iba a venir por medio
de él al mundo: el amor incondicional de Dios, que no conoce
límites cuando viene a cumplir la antigua promesa de salvación
para toda persona y para la creación entera. Puesto que Jesús
mismo es la oferta definitiva de Dios a nosotros, puede decirse
que él es el reino de Dios presente en el mundo. Jesús es el reino
en persona, la "autobasileia"; o, como lo expresó Orígenes: "Jesús
es el reino de Dios realizado en un yo".
b) La
muerte de Jesús y el reino. ¿Qué
conexión existe entre el reino que Jesús predicó y su muerte en la
cruz? ¿Era la muerte de Jesús necesaria para que el reino, en su
plenitud, pudiera venir? ¿Cómo entendió Jesús su muerte? A.
Schweitzer defendía que la llegada del reino escatológico de Dios
jamás podía haber sido proclamada por Jesús sin saber su
intrínseca relación con las adversidades y sufrimiento que esta
expresión apocalíptica evocaba. Si Jesús proclamó el reino de Dios
como inminente, entonces la idea de sufrimiento tenía que venirle
del modo más natural. No era posible separar del reino
escatológico la idea de la prueba escatológica, del mesías
venidero y del sufrimiento en la época que precedería
inmediatamente a la llegada del reino. El sufrimiento tenía que
ser proclamado como necesario para la venida final del reino de
Dios. Jesús, que se entendió a sí mismo claramente en relación con
el reino venidero, sabía que tenía que asumir el sufrimiento y la
muerte como un prerrequisito necesario para que el reino
irrumpiera finalmente en esa época y en ese tiempo. W. Kasper,
haciendo suya la visión de Schweitzer, concluye: "Jesús
ciertamente vio las pruebas de sufrimiento y persecución como
parte del carácter humilde y oculto del reino de Dios, y como tal
lo transmitió en su línea principal de predicación. Existe, por
tanto, una línea más o menos directa del mensaje escatológico de
Jesús sobre la basileia, del
reino, al misterio de su pasión" (W. KASPER, Jesus
the Christ, 116).
c) La última cena
y el reino de Dios.
La perspectiva escatológica de la muerte de Jesús es evidente en
el pasaje que trata de la última cena (Me 14,17-25
y 1Cor 11,23-25). Las
reuniones en torno a la mesa, que provocaron tanto escándalo
porque Jesús no excluía a nadie de ellas, ni siquiera a pecadores
públicos, y que expresaban de ese modo el centro de su mensaje,
eran tipos de la fiesta que iba a, venir en el tiempo de la
salvación (Mar 2,18-20). La
última cena, como todas las reuniones en torno a la mesa, es una
anticipación o "donación anticipada" de la consumación del reino.
Es un "ya" del "todavía no", una prefiguración de la consumación
del reino, el advenimiento del perfecto reino de Dios, el
cumplimiento del gran banquete, todo lo que sólo puede llegar a
ser plena realidad después de su muerte. La reunión final
presupone esta entrega de sí mismo por todos.
La referencia
escatológica de Luc 22,16 tiene
el siguiente significado: Jesús no se sentará ya más a la mesa con
los discípulos en la tierra, pero lo hará de nuevo durante un
nuevo banquete en el reino de Dios venidero. Para que esto suceda,
su esperada muerte es una condición necesaria. Los discípulos
pueden tomar parte en el banquete escatológico final sólo si Jesús
entrega primero su vida por ellos (Luc 22,20) (J. JEREMIAS, Theology,
299). Tomar parte en el reino de Dios sólo es posible después de
que Jesús haya cumplido la condición previa para ello; después de
que él "haya bebido el cáliz y haya sido bautizado con un
bautismo" (Mar 10, 35-40) (R. SCHNACKENBURG, God
S Rule, 193).. La
verdadera naturaleza de la tarea que Jesús tenía que cumplir para
llevar el reino a su plenitud está expresada en las palabras
relacionadas con el pan y el vino. Él debe ofrecer su vida para
que todos los hombres puedan compartir la fiesta del reino con él.
"Su resolución de completar la misión que Dios le había confiado
en relación con el reino, y su confianza en que él pronto estaría
participando en su gozo, parece la idea fundamental de su última
comida con sus discípulos. La última cena está enmarcada en la
afirmación de la muerte de Jesús en la perspectiva del reino de
Dios" (BEASLEY-MURRAY, Jesus
and the Kingdom, 263).
d) La muerte
de Jesús, revelación definitiva de Dios. En
un determinado momento de su vida, Jesús debe haberse dado cuenta
de que el único camino posible para cumplir su misión era
demostrar la inmensidad del amor de Dios por nosotros hasta el fin
(Jn 13,1). La cruz y su muerte aparecen como el único camino que
quedaba para demostrar el amor redentor de Dios en la historia de
la humanidad transida de pecado.
El Padre le tomaría
como "humanidad en su estado de abandonada de Dios, de perdida".
Jesús tendría que experimentar este estar completamente identificado con
nosotros en nuestro pecado y ser tratado como representante nuestro
ante Dios. El grito en la cruz debe considerarse como el momento
en que Jesús más se identificó con nuestro abandono de Dios (Mar
15,34). En aquel momento parecía como si el amor del Padre, del
que él recibía la vida, hubiera cesado de fluir. Las
"tribulaciones escatológicas" son, precisamente esta experiencia
de nuestro verdadero estado sin Dios: abandonados, condenados sin
ninguna esperanza por nuestra parte. En la cruz, Jesús experimentó
a Dios como alguien que se apartaba (Mar 15,34) y le dejaba
experimentar toda nuestra desolación, la verdadera prueba del
reino inminente, que iba a vencer al pecado, la condenación y la
muerte (J. FUELLENBACH, Kingdom, 85-95).-
Experimentando el
efecto del pecado como condenación, Dios tomó sobre sí en
Jesucristo lo que hubiera sido el destino de la humanidad.
"¡Descendió a los infiernos!" Éstas son las "tribulaciones
escatológicas" que tenía que soportar para que el reino pudiera
finalmente venir en toda su gloria.
4. EL ESPÍRITU SANTO
Y EL REINO. El Espíritu Santo es descrito en la Escritura como
el "principio de vida'." o como el "dador de vida". Por medio del
Espíritu llegó a existir la antigua creación y se mantenía en la
existencia. Se cree que el mismo Espíritu construye los nuevos
cielos y la nueva tierra al final de los tiempos.
El tiempo escatológico
es visto como la "edad de oro" del Espíritu. La misión de Jesús en
el evangelio de Juan se describe como "liberación del Espíritu del
tiempo final", que realizará la transformación de lo viejo en
nuevo. Como revelación definitiva del amor incondicional de Dios a
su criatura, la muerte de Jesús libera este amor y lo transforma
en el poder del Espíritu Santo. El primer hecho de este amor
crucificado, puesto en libertad en el Espíritu, es la resurrección
del cuerpo muerto de Jesús en la nueva creación. Según Pablo, el,
Espíritu Santo es el poder por el cual el Padre resucitó a Jesús
de entre los muertos. Y por el mismo Espíritu, el reino, llevado a
cabo de una forma nueva a través de la muerte y resurrección de
Jesús, se convierte ahora en una fuerza que transforma y que da
vida al mundo. Es, por tanto, el Espíritu Santo quien continúa la
obra de Cristo a través de los siglos y conduce a la humanidad y a
la creación entera hacia su realización final en la plenitud del
reino (J. FuELLENBACH, Kingdom, 97-107).
5. LA IGLESIA Y EL
REINO. El Espíritu del Señor resucitado, el Espíritu de la
nueva creación, origina la nueva comunidad escatológica, la
Iglesia. La Iglesia es; por tanto, una anticipación en el espacio
y el tiempo del mundo venidero. Ella está en "el mundo, pero no es
del mundo". Su esencia y su misión deben ser entendidas a la luz
del reino presente en ella, pero orientado a la transformación y
salvación de la creación entera:
a) La Iglesia no es
el reino de Dios en la tierra. El
reino se hace sentir fuera de la Iglesia también. La misión de la
Iglesia es servir al reino, y no ocupar su lugar.
b) El reino está
presente en la Iglesia. Es
el reino presente ahora el que crea la Iglesia y la mantiene
constantemente en la existencia. La Iglesia es, por tanto, el
resultado de la venida del reino de Dios al mundo. El poder
dinámico del Espíritu que hace presente de modo efectivo la
intencionalidad salvadora final de Dios es la verdadera fuente de
la comunidad llamada Iglesia. Aunque el reino no puede ser
identificado con la Iglesia, ello no significa que el reino no
esté presente en ella. El mismo se hace presente de una manera
particular. Podemos decir que la Iglesia es una realización
"inicial", "proléptica" o anticipada del plan de Dios para la
humanidad.
"El reino crea la
Iglesia, trabaja a través de la Iglesia y es proclamado en el
mundo por la Iglesia. No puede haber reino sin Iglesia -aquellos
que han reconocido el reinado de Dios y no puede haber Iglesia sin
el reino; pero siguen siendo dos conceptos distintos: el reinado
de Dios y la fraternidad de los hombres" (G.E. LADD, The
Presence, 277).
c) La misión de la
Iglesia. Jesús
ligó el reino de Dios, que antes pertenecía al pueblo de Israel, a
la comunidad de sus discípulos. Con esta elección de una nueva
comunidad, el propósito del pueblo del AT queda transferido a este
nuevo pueblo. Ellos deben convertirse ahora en un "signo visible
del designio de Dios para con el mundo" y en portadores activos de
esta salvación. A ellos se les hace salir de las naciones para
asumir una misión en favor de las naciones. Lo que importa es que
el reino permanecerá ligado a una comunidad visible, que debe
ponerse al servicio del definitivo plan de salvación de Dios para
todos (G. LOHFINK, Jesus
and Community, 17-29).
Desde esta perspectiva
la Iglesia es vital para que el reino permanezca en el mundo. "Es
la comunidad que ha empezado a saborear (aunque sólo como
anticipo) la realidad del reino, la única que puede proporcionar
la hermenéutica del mensaje...; sin la hermenéutica de tal
comunidad viviente, el mensaje del reino puede tan sólo llegar a
ser una ideología y un programa, no será un evangelio" (L.
NEWBEGIN, Sign of
the Kingdom, 19).
La misión de la Iglesia a la luz del reino se describe de una
triple forma: a) Proclamar mediante
la palabra que el reino de Dios ha venido en la persona de Jesús
de Nazaret. b) Ofrecer su propia vida como una pruebade
que el reino está presente y operativo en el mundo hoy. Esto se
puede ver en la propia vida de la Iglesia, donde la justicia, la
paz, la libertad y el respeto a los derechos humanos son
manifestados de manera concreta. La Iglesia se ofrece a sí misma
coma una "sociedad de contraste" para la sociedad en general (G.
LOHFINK, Jesus and
Community, 157-180). c) Desafiar a la sociedad entera a
transformarse de acuerdo con los principios básicos del reino
inminente: justicia, paz, hermandad y derechos humanos. Esto es un
-elemento constitutivo de la proclamación del evangelio, puesto
que la meta última del reino es la transformación de la creación
entera y la Iglesia debe entender su misión al servicio del reino
inminente.
REINO
DE DIOS.
Definición literal
Es
la totalidad del reinado de Dios en el universo. La Biblia habla
con frecuencia del reino de Dios de tres maneras. Algunos pasajes
lo mencionan en sentido universal: el gobierno de Dios sobre todas
las cosas. Otros hablan del reinado espiritual de Dios en la vida
de los creyentes en la tierra. Otros se refieren a un reino futuro
en el cual el cielo, la tierra y los seres humanos serán reunidos
para experimentar la plenitud del reinado de Dios al final de los
tiempos. En un sentido más restringido, el reino de Dios
representa su señorío particular sobre los seres humanos que
voluntariamente le reconocen como Rey. Incluye el efecto de su
acción sobre la historia, la influencia para bien de aquellos que
le son obedientes, y su soberanía general sobre el universo.
Particularmente es el reino de la salvación, al cual los seres
humanos entran mediante su entrega a Jesucristo como Señor, por
medio de la fe. Los cristianos deben orar y trabajar para que
venga el reino de Dios, y para que la voluntad del Rey sea hecha
sobre la tierra. La plena consumación del reino de Dios se
realizará cuando vuelva el Señor Jesucristo en el fin de los
siglos.
Deiros, P. A.
(1997). Diccionario Hispano-Americano de la misión. Casilla,
Argentina: COMIBAM Internacional.
Doctrina según la cual el reino de Dios se haya dividido en dos
dimensiones: la espiritual y la física. Y, sobre ambas, el Señor
reina absoluto, controlando todo el movimiento de cuantos las
pueblan.
de Andrade, C. C.
(2002). Diccionario Teológico: Con un Suplemento Biográfico de
los Grandes Teólogos y Pensadores (128). Miami, FL: Patmos.
«Dentro de la perspectiva de Mateo, encontrar el Reino es
encontrar a Jesucristo» (Senior y Stuhlmueller 1985:321s.). En
Jesús el Reino de Dios se ha acercado a la humanidad. Esta frase
tan singular, «el evangelio de la basileia»,
Bosch, D. J.
(2000). Misión en transformación: Cambios de paradigma en la
teología de la misión (98). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
La
expresión «Reino de Dios» (malkuth Yahweh en hebreo) no aparece en
el Antiguo Testamento (Bright 1953:18). Aparece por primera vez en
el período tardío del judaísmo, aunque la idea en sí tiene raíces
antiguas. El concepto se desarrolló en varias etapas. Primero se
creía que el gobierno real de Dios se manifestaría a través de la
dinastía davídica (cf. 2 S. 7:12–16). En una época posterior se
creyó que Dios reconciliaría y gobernaría el mundo desde el templo
por medio del sacerdocio (cf. Ez. 40–43). Ninguna de estas dos
expectativas resultó cierta (Bright 1953:24–70). Entonces creció
otra convicción, característica de los períodos de dominación
extranjera: el Reino de Dios era una entidad netamente futura que
se manifestaría en un cambio radical de las posiciones, dejando a
Israel arriba y convirtiendo a los opresores en oprimidos (cf.
Bright 1953:156–186; Boff 1983:56s.). Esta última visión
prevalecía en la época del ministerio terrenal de Jesús. Se puede
palpar, por ejemplo, en la pregunta de los discípulos después de
la resurrección: «Señor, ¿restaurarás el Reino a Israel en este
tiempo?» (Hch. 1:6).
El
Reino de Dios (basileia tou Theou) es, sin duda, la columna
vertebral del ministerio de Jesús. Es la clave también para su
comprensión de su propia misión. Podríamos afirmar que el Reino de
Dios es «el punto de partida y el contexto de la misión» (Senior y
Stuhlmueller 1985:194) para Jesús, y que «cuestiona los valores
tradicionales del judaísmo antiguo en puntos muy decisivos» (Hengel
1983b:61).
No
es fácil definir la visión de basileia comunicada por Jesús. Se
refiere a dicho concepto sobre todo en parábolas, cuyo propósito
discursivo es encubrir intencionalmente el misterio del Reino de
Dios (en el sentido de Mr. 4:11) y, a la vez, descubrirlo (cf.
Lochman 1986:61).
La
predicación de Jesús sobre el Reino de Dios abarca dos aspectos
clave que nos permiten apreciar la dimensión misionera de la
comprensión que Jesús tenía de sí mismo y de su ministerio. Ambos
aspectos clave son fundamentalmente distintos de los de sus
contemporáneos.
En
primer lugar, el Reino de Dios no se comprende en términos
exclusivamente futuros, sino como futuro y presente a la vez. Hoy
a duras penas podemos captar la dimensión verdaderamente
revolucionaria que tenía el anuncio de Jesús, según el cual el
Reino de Dios se ha acercado y «está entre ustedes» (Lc. 17:21 VP).
Según los dos evangelistas Mateo y Marcos, Jesús inaugura su
ministerio público anunciando la cercanía del Reino de Dios (Mr.
1:15 y Mt. 4:17). Algo totalmente nuevo está ocurriendo: la
irrupción de una nueva era, de un nuevo orden de vida. La
esperanza de la liberación no es un cántico distante sobre un
futuro lejano; el futuro ha invadido el presente.
Queda, sin embargo, una tensión entre este presente y las
dimensiones futuras del Reino de Dios. Ya está aquí, pero todavía
está por venir. Por esto último, el Padrenuestro insta a los
discípulos a orar por su venida.
Dichos como éstos, aparentemente contradictorios, crean una
situación embarazosa para nosotros. Por esta razón los cristianos,
a lo largo de siglos de historia sagrada, han tratado de resolver
la tensión. Bajo la influencia de Orígenes y Agustín, refirieron
la expectativa del Reino futuro de Dios al peregrinaje personal
del creyente o a la Iglesia como el Reino de Dios en la tierra.
Poco a poco, la escatología futura fue desapareciendo de la
corriente principal de la Iglesia para finalmente quedar relegada
al nivel de una aberración herética (cf. Beker 1984:61). Para la
teología liberal de siglo 19, el Reino de Dios equivalía más o
menos a un orden moral ideal expresado en las categorías de la
civilización y cultura occidental. Ya entrando al siglo 20,
Johannes Weiss y Albert Schweitzer fueron al otro extremo:
eliminaron toda referencia al presente y consideraron la
proclamación de Jesús exclusivamente en términos de un Reino
venidero, cosa típica dentro del género de la literatura
apocalíptica. Al fin y al cabo, según Schweitzer, Jesús provocó su
propia crucifixión esperando así precipitar la venida del Reino,
hecho que, tristemente, no sucedió. Hoy día, sin embargo, la
mayoría de los estudiosos admiten que esta tensión entre el «ya» y
el «todavía no» del Reino de Dios en el ministerio de Jesús es
parte integral de la esencia de su persona y de su percepción de
sí mismo, y que no debe ser «resuelta», ya que precisamente en
esta tensión creativa la realidad del Reino de Dios adquiere
significado para nuestra misión contemporánea (Burchard 1980).
Bosch, D. J.
(2000). Misión en transformación: Cambios de paradigma en la
teología de la misión (50–52). Grand Rapids, MI: Libros
Desafío.
Cuestiones relacionadas con las leyes del Reino de Dios
29.
¿Qué es el Reino de Dios? (Lc 17.21)
Un
reino es el lugar donde gobierna un monarca. El Reino de Dios está
allí donde el Señor reina sobre la vida de las personas. El Reino
de Dios no es visible porque Él no lo es. Se trata de un Reino
espiritual, no de uno visible. Jesucristo dijo: «El reino de Dios
está entre vosotros» (Lc 17.21).
Jesús nos enseñó, en la oración del Señor, a elevar a Dios la
siguiente petición: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en
el cielo, así también en la tierra» (Mt 6.10). Esta oración
muestra la importancia que concedió Jesús al Reino de Dios. ¿No
podemos afirmar que el Reino de Dios vendrá cuando su voluntad se
respete en la tierra como se respeta en los cielos, cuando el
mundo visible refleje por completo al mundo invisible? Pienso que
sí. En el Reino de Dios todas las cosas están sujetas al poder
divino, al instante, sin dilación. En el mundo visible se resiste
la voluntad de Dios.
El
Reino de Dios es eterno. Por el momento se trata de un reino
invisible que está entre nosotros. Dondequiera que se reúnan dos
que honran a Jesucristo, el Rey, y dondequiera que se halle su
Espíritu, allí está el Reino de Dios (véase también «Dinámica del
Reino»: el Reino de Dios, comenzando en Gn 1.1).
30.
¿Cuál es la mayor de las virtudes en el Reino? (Mt 18.1–4)
Si
la soberbia es el mayor de los pecados (y lo es), la humildad debe
ser la mayor virtud. La humildad es la que me permite reconocer
que Dios reclama mi vida, que soy una criatura mortal y falible y
que Él es el dueño del universo. La humildad es la que me hace
decir: «Soy un pecador, necesito ser salvo». En la humildad está
el origen de toda sabiduría (Pr 22.4). Las verdades del Reino
solamente son percibidas por los humildes. Ningún soberbio
recibirá nunca nada de Dios, porque «Dios resiste a los soberbios,
y da gracia a los humildes» (Stg 4.6). Los humildes reciben la
gracia de Dios y los secretos del Reino, porque vienen a Él como
mendigos. Jesucristo dijo: «Bienaventurados los pobres en
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5.3).
31.
¿Cuál es el pecado más grande en el Reino? (Mt 23.2–12)
El
mayor de los pecados es la soberbia, debido a una serie de razones
(Sal 59.12; Pr 8.13; 16.18; 29.23). En primer lugar, la soberbia
fue la causa de que Satanás pecara la primera vez que desobedeció.
La soberbia dice: «Puedo hacerlo mejor que Dios», ¡y Satanás pensó
que podía gobernar el universo mejor que su creador! (Is 14.12–14;
Ez 28.12–19). En segundo lugar, la soberbia conduce
inevitablemente al pecado de rebelión. Llevar a cabo llenos de
orgullo nuestros propios planes nos pone necesariamente en
conflicto con el plan de Dios. Por eso la Biblia dice: «Dios
resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Stg 4.6).
No
hay forma de mantenerse neutral en el Reino. O estamos con Jesús o
en su contra. Los soberbios se ponen inmediatamente contra Él,
porque no le han rendido sus vidas, poniéndolas al servicio de su
causa.
Por
último, la soberbia da lugar a los sentimientos de
autosuficiencia, haciendo que no estemos dispuestos a aprender de
Dios ni de otras personas. Jesús dijo que nos convirtiéramos y
fuésemos como niños (Mt 18.3, 4). Estos son confiados y capaces de
aprender; siempre están atentos a las enseñanzas del Padre.
Pero
el soberbio supone que lo sabe todo y no quiere aprender, mientras
las bendiciones del Reino son para aquellos que las imploran. Si
no pides, no recibes.
El
nombre de Dios revela esta verdad. Él es «Yo soy el que soy» (Éx
3.14). ¿Qué soy? La respuesta: El que provee tu necesidad. Soy
sanidad, sabiduría, santificación, provisión, victoria y
salvación. Su gran poder se extiende a todos como un cheque en
blanco. Sólo hay que llenar el espacio de acuerdo con nuestra
necesidad. Sólo puedes experimentar verdaderamente a Dios cuando
comprendes que tienes necesidad de Él. Si creemos que nada nos
hace falta, si somos totalmente autosuficientes, no dejamos lugar
para Dios en nuestras vidas. De ahí que la soberbia nos prive de
todas las bendiciones del Reino. La soberbia nos hace pecar contra
Dios y contra nosotros mismos.
32.
¿Qué ley del Reino sostiene todo desarrollo personal y colectivo?
(Mt 25.14–30)
A
esto se le llama «la ley del uso». Jesús contó de un hombre rico
que iba a efectuar un largo viaje y distribuyó sus bienes entre
sus siervos (Mt 25.14–30). Les dijo: «Negociad con ellos hasta que
yo regrese». Dos de los siervos invirtieron lo que habían
recibido, pero el tercero no. Cuando su señor volvió les hizo
rendir cuentas. Los primeros dos recibieron alabanzas y premios
por su diligencia, pero cuando Jesús concluyó la historia, su
final pareció injusto. El viajero le quitó el talento a quien no
lo había invertido y se lo dio al que tenía más, anunciando con
firmeza la siguiente ley del Reino: «Porque al que tiene, le será
dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado» (Mt 25.29). En otras palabras, si usas lo que se te da,
ganarás más. Si no usas lo que has recibido, perderás hasta lo que
piensas tener. En cualquier tipo de tratos, ya sean materiales,
personales, intelectuales o financieros, usa cualquier cosa que te
haya sido dada, no importa lo insignificante que sea. Hazlo
diligentemente y en una escala creciente. Busca alcanzar metas más
altas cada día. Este es el secreto del Reino, lo que garantiza el
éxito a cualquier cristiano que sepa ponerlo en práctica.
33.
¿Qué ley del Reino rige todo tipo de relaciones entre los seres
humanos? (Mt 7.12)
Jesucristo formuló un importante principio, el cual debe ser
adoptado por toda sociedad: la ley de la reciprocidad. Utilizo el
término «ley» porque se trata de una norma universal: «Todas las
cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos» (Mt 7.12). ¡Qué profundos efectos se
derivarían de esta «regla de oro» si ella se aplicara a todos los
niveles en el mundo de hoy!
Si
no te gusta que tu vecino robe tus cosas, no tomes tú las de él.
No quisieras ser atropellado por un chofer negligente, no manejes
descuidadamente. Anhelas recibir ayuda en momentos de necesidad,
auxilia a otros cuando lo necesiten. No nos agrada que la gente de
la industria contamine el curso superior del río que nos pasa por
delante, no lo hagamos nosotros a quienes viven corriente abajo.
No queremos respirar aire lleno de toxinas, no hagamos sufrir a
otros ese inconveniente. En nuestro centro de trabajo, no
aceptamos ser oprimidos, así que no oprimamos a nuestros
empleados. Si se aplicase esta ley del Reino no serían necesarios
los ejércitos, la policía ni las prisiones; los problemas se
resolverían pacíficamente, las cargas públicas se reducirían y se
liberaría la energía de todos. «Haz con otros como quieres que los
demás hagan contigo», llevado a la práctica, revolucionaría la
sociedad. Este es el principio del Reino que debe regir todas
nuestras relaciones sociales.
34.
¿Qué ley del Reino se necesita para que las leyes sobre la
reciprocidad y el uso den resultado? (Mt 7.7, 8)
Jesús nos enseñó la ley de la oración constante (dirigida a Dios)
y de la perseverancia (en la conducta humana). En una ocasión
dijo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os
abrirá» (Mt 7.7). El presente griego hace énfasis en la acción
continua: Jesús no decía llama una vez y detente, sino sigue
llamando hasta que se abra la puerta. Dios, en su maravillosa
sabiduría, ha construido el mundo de tal manera que solo los
diligentes y los que perseveran obtienen la victoria. Las personas
decididas a alcanzar la meta que Dios les ha fijado, por encima de
cualquier obstáculo, triunfarán. Los temerosos y vacilantes, los
que no perseveran, siempre perderán.
Dios
nos hace elevarnos para que alcancemos metas superiores. Sólo
algunos se esfuerzan lo suficiente para lograrlo.
Hace
falta perseverar todo lo que sea necesario para que las leyes de
la reciprocidad y el uso den resultado. El apóstol Pablo declaró
con orgullo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe» (2 Ti 4.7). También escribió a los Gálatas: «No
nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo
segaremos, si no desmayamos (Gl 6.9). En cualquier tarea que Dios
te haya encomendado, no te des por vencido, sigue adelante.
35.
¿Qué ley garantiza la posibilidad de realizar lo imposible? (Mc
11.22, 23)
La
ley de los milagros garantiza la realización de cosas imposibles.
Los milagros ocurren en nombre de Jesús, debido al poder que fluye
del mundo invisible donde está Dios. Esto se realiza a través del
espíritu humano, donde se halla el centro de nuestro ser, por
medio de la mente, donde surgen las ideas, y desde donde se
comunican hacia el mundo que nos rodea a través de la palabra
hablada (véase la pregunta #8 en cuanto a los pasos a seguir).
Pero
existe una condición. No dudes en tu corazón (Mc 11.22–24).
Quienes vacilan no recibirán respuesta (Stg 1.6–8). Jesús dijo
además: «Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra
alguno, para que también vuestro padre que está en los cielos os
perdone a vosotros vuestras ofensas» (Mc 11.25). El gran obstáculo
para que se produzca un milagro es la renuencia a perdonar. Esté
justificada o no esa actitud por las circunstancias, tenemos que
librarnos de la amargura y el resentimiento, o no habrá milagros
que muevan montañas. No puede haber resentimiento, ni amargura, ni
celos, ni envidia, ni nada por el estilo. Si queremos ver
milagros, tenemos que amar y perdonar.
36.
¿Cómo es posible que un reino se destruya? (Lc 11.17, 18)
Jesús dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y
una casa dividida contra sí misma, cae» (Lc 11.17, 18).
Esta
es una verdad universal. El mejor de los proyectos fracasa si no
hay unidad. Cuando hay división, ningún plan prospera. Por ello
Satanás causa divisiones entre los cristianos. Al dividirnos,
sospechar unos de otros y fijarnos en nuestros puntos débiles,
estamos violando el más sagrado principio del éxito colectivo: la
unidad.
Jesús dijo que el mundo sabría que Dios lo había enviado si sus
discípulos eran uno (Jn 17.20–23). La unidad sirve para mostrar al
mundo el origen sobrenatural de la iglesia cristiana. «¡Cómo se
aman unos a otros estos cristianos!», decía asombrada la gente del
Imperio Romano. Con unidad, la iglesia puede ganar al mundo para
Cristo. Sin unidad, la iglesia es impotente. Aun los impíos tienen
éxito cuando se unen. Observando la torre de Babel, Dios dijo: «He
aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje... y
nada los hará desistir ahora de lo que han pensado hacer» (Gn
11.6). Esta es la visión divina en cuanto a una humanidad unida.
¡La unidad posee una fuerza increíble! Nada es imposible para un
pueblo unido.
En
los tiempos del Antiguo Testamento, cuando Dios deseó destruir a
los enemigos de Israel, puso división en su seno e hizo que se
enfrentaran entre sí. A menudo Israel no tuvo que acudir al campo
de batalla, porque sus enemigos se destruyeron a sí mismos.
Siempre que comienzan los enfrentamientos dentro de una
organización, ésta se debilita. A menos que avance unida, nada
puede hacer, ni para bien ni para mal. Medita en lo que puede
lograr el pueblo de Dios trabajando unido, y bajo Su bendición, de
acuerdo con las leyes del Reino.
37.
¿Cómo llega uno a ser grande en el Reino de Dios? (Lc 22.25–27)
El
Señor Jesús escogió hombres —por lo general, gente humilde— para
que fuesen sus discípulos. Como sucede con la generalidad de las
personas, eran orgullosos y tenían ambiciones (Mt 20.20–23). Ante
esa situación, Jesús puso un niño en medio de ellos, diciéndoles
que en el Reino serían como aquel niño: humildes, confiables,
ávidos de aprender (Mt 18.4). Más tarde, cuando de nuevo se
manifestó su preocupación por la posición que ocuparían en el
Reino, Jesús formuló el principio de que el mayor entre ellos
sería «como el que sirve» (Lc 22.25–27). ¡Esta norma está vigente
en nuestros días! Los más destacados en nuestra sociedad son los
que sirven al enfermo, al necesitado, al herido. Son grandes
porque se han entregado a otros. Y Jesús encabeza la lista; es el
mayor de todos porque entregó su vida para quitar el pecado del
mundo (Flp 2.1–11).
El
principio de la grandeza se manifiesta en la vida cotidiana de
nuestros días. Aquellos que sirven a más personas pueden a menudo
ser los más famosos y prósperos, pero sus motivos no son esos; más
bien es que el reconocimiento público parece ser el fruto
inevitable de la entrega desinteresada al servicio de los demás.
38.
¿Qué pecado en particular impide que fluya el poder del Reino? (Mt
18.21–35)
La
renuencia a perdonar obstaculiza el acceso al Reino y a su
maravilloso poder (véanse también Mt 6.5–15; Mc 11.22–26).
La
primera persona que probablemente no has perdonado eres tú mismo.
A muchos les hace falta perdonarse a sí mismo más que a cualquier
otra persona. Son renuentes a perdonarse y reconocer que Dios
dijo: «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de
nosotros nuestras rebeliones» (Sal 103.12). Si eres creyente, el
Señor ya ha limpiado tu conciencia de obras muertas, para que
sirvas al Dios vivo (Heb 9.14). Dios nos limpia de pecado, a fin
de que sirvamos sin que nos estorbe el sentimiento de pasadas
culpas. Estas deben estar muertas, enterradas y olvidadas.
«Si
nuestro corazón no nos reprende», dice la Biblia, «confianza
tenemos en Dios» (1 Jn 3.21). Obviamente, no podemos continuar
pecando y esperar ser perdonados. Debemos librarnos del pecado
consciente y de las rebeliones contra Dios. Pero si andamos en la
luz, y en la senda del perdón, la sangre de nuestro Señor
Jesucristo nos limpia continuamente de todo pecado (1 Jn 1.7).
La
segunda persona que debemos «perdonar», si estamos amargados, es
al mismo Dios. Hay quien culpa a Dios por la muerte de un hijo,
porque el esposo o la esposa lo abandonaron, porque se han
enfermado, porque no ganan suficiente dinero. Consciente o
inconscientemente acusan a Dios de todas estas cosas. Si existe un
fondo de resentimiento, no puedes experimentar el poder del Reino
fluyendo a través de tu vida; debes librarte de todo resentimiento
hacia Dios. Eso puede requerir cierta introspección. Debes
preguntarte a ti mismo: «¿Estoy culpando a Dios de mi situación?»
La
tercera persona que debes perdonar quizás sea algún miembro de la
familia de quien te hayas alejado. Ahuyenta los resentimientos,
especialmente hacia quienes están más cerca de ti. Los esposos,
las esposas, los hijos, los padres, todos deben ser perdonados
cuando surgen pequeños resentimientos en el seno de la familia.
Muchos dicen: «No pensé que eso tenía importancia. Para mí era
solamente un asunto de familia». Toda renuencia a perdonar debe
ser eliminada, especialmente hacia otro miembro de la familia.
Por
último, debes perdonar a cualquier persona que haya hecho algo
contra ti. Puede que tu resentimiento esté justificado. Es posible
que alguien haya hecho algo terrible contra ti. Quizás tengas
pleno derecho y suficientes razones para rechazar y odiar a esa
persona. Pero si quieres ver la vida y el poder del Reino fluyendo
a través de tu vida, es absolutamente necesario que aprendas a
perdonar.
Perdona hasta el punto que te sientas libre de resentimiento y
amargura, y seas capaz de orar por quienes te hayan herido. Si no
lo haces, la renuencia a perdonar impedirá que el poder de Dios te
alcance y llene tu vida. Una vida milagrosa depende ciento por
ciento de tu relación con Dios el Padre. Esta relación se levanta
estrictamente sobre el firme cimiento del perdón que Dios te
concede.
El
perdón constituye la clave de todo. Puede que existan otros
pecados, y si tu corazón te acusa de algo más, tampoco, como es
lógico, te sentirás confiado delante de Dios. Pero es la renuencia
a perdonar lo que con mayor frecuencia separa a la gente del
Señor.
Biblia plenitud:
La Biblia de estudio que le ayudara a comprender a aplicar la
Plenitud del Espiritu Santo en su diario vivir. 2000 (electronic
ed.) (Ap 22.20). Nashville: Editorial Caribe.
LA
IGLESIA Y EL REINO DE DIOS
Las
frases “reino de los cielos” y “reino de Dios” se hallan más de
ochenta (80) veces en el Nuevo Testamento. El reino de Dios
obviamente es un tema importante. Surgen varias preguntas, sin
embargo, en relación con la identidad y manifestación del reino de
Dios: ¿qué se quiere decir con la palabra “reino”? ¿El reino de
Dios es una realidad espiritual interior, o un gobierno exterior
visible? ¿Son idénticos el reino de Dios y el reino de los cielos?
¿Qué relación tiene la iglesia con el reino de Dios? ¿ El reino de
Dios es presente o futuro? Estas y otras preguntas serán tratadas,
y en cuanto sea posible, serán suplidas con respuestas de la
escritura.
A.
EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA “REINO.”
La
palabra griega basileia de la que se deriva la palabra “reino”
tiene dos significados principales: (1) “el gobierno, reino,
dominio, o autoridad de un rey” y (2) “el territorio o gente sobre
el cual reina un rey.” W. E. Vine define basileia de la siguiente
manera: “Basileia es principalmente un sustantivo abstracto
indicando soberanía, poder real, dominio, por ej., Ap. 17:18
traducido ‘que reina,’ literalmente ‘tiene un reino;’ luego, por
metonimia, un sustantivo concreto, indicando el territorio o gente
sobre el cual reina un rey, por ej., Mt. 4:8; Mr. 3:24.”
En
el Antiguo Testamento griego, basileia traduce la palabra hebrea
malkut que también tiene dos significados: (1) “reino real” (Dn.
1:1) y luego, (2) “dominio de un rey.” La palabra “reino” es
utilizada más frecuentemente en el Nuevo Testamento con el primer
significado de “reino” o “poder real.” Respecto al significado de
la palabra “reino”, el Dr. Ladd dice:
“El
significado de la palabra reino, basileia, en el Nuevo Testamento,
es ‘reino’ antes que ‘dominio’ o ‘gente.’ Se le ha dedicado una
gran cantidad de atención a este tema en recientes años por doctos
críticos, y hay prácticamente un acuerdo unánime que ‘poder real,
autoridad’ es el significado más básico de basileia que ‘reino’ o
‘gente.’ ”
B.
¿ES EL REINO DE DIOS PRESENTE O FUTURO?
El
reino de Dios es ambos, presente y futuro. El reino como el
dominio del pueblo de Dios de todas las épocas, sobre el cual
Cristo reinará en justicia, todavía es futuro; comenzará con la
segunda venida de Cristo (II Ti. 4:1; Ap. 11:15). El reino como el
“gobierno” o “poder real” de Dios está presente en la obra
redentora de Jesús que vino a destruir las obras del diablo. El
Dr. Ladd declara:
El
reino ha venido en el sentido de que los poderes del reino futuro
ya han entrado en la historia y a la experiencia humana a través
del ministerio sobrenatural del Mesías que ha efectuado la derrota
de Satanás. En el reino escatológico futuro, Satanás será
completamente destruido, echado en un lago de fuego y azufre (Ap.
20:10) para que los hombres puedan ser librados de toda influencia
del mal. Sin embargo, el pueblo de Dios no necesita esperar la
venida del reino futuro para saber qué significa ser liberado del
poder satánico. La presencia de Cristo en la tierra tenía por
propósito la derrota de Satanás, su atadura, para que el poder de
Dios pueda ser una realidad vital en la experiencia de aquellos
que se rinden al reino de Dios haciéndose discípulos de Jesús. En
Cristo, el reino, en la forma de su poder, ha venido a estar entre
los hombres.
C.
¿ES EL REINO INTERIOR Y ESPIRITUAL, O EXTERIORMENTE VISIBLE?
El
reino futuro (escatológico) será un reino manifestado
exteriormente sobre el cual reinará Cristo en poder y gloria. Este
reino prevalecerá sobre toda la tierra y cumplirá las profecías
del Antiguo Testamento al fiel remanente de Israel, en lo que
concierne al reino del Mesías sobre el trono de David (Is. 9:6, 7;
11:1–10; 24:23; 32:1; Dn. 2:44; 7:18, 27; Mi. 4:7). Los santos del
Nuevo Testamento gobernarán y reinarán con Cristo como reyes y
sacerdotes (Mt. 25:21, 23; I Ti. 6:14, 15; Ap. 5:9, 10; 19:14–16;
20:4–6). El reino de mil años de Cristo sobre la tierra se conoce
como su “reino del milenio.” Aunque la palabra “milenio” no ocurre
en la Biblia, es la palabra latina para “mil años” (Ap. 20:4–6).
Por
otro lado, el reino presente (soteriológico) de Cristo es
espiritual e invisible, porque consiste de la majestad, el poder y
la autoridad de Jesús como Salvador y destructor de Satanás.
Está
claro que el reino de Jesús es espiritual por dos declaraciones de
Jesús. La primera, a los fariseos en respuesta a su pregunta
acerca de cuándo vendría el reino, Él dijo: “El reino de Dios no
vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque
he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lc. 17:20b, 21). La
segunda, a Pilato quien le preguntó si era un rey, Él contestó:
“Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18:36, 37). Jesús continúa
diciendo, sin embargo, que Él nació para ser rey sobre el dominio
de la verdad divina y que “todo aquel que es de la verdad, oye mi
voz.”
Jesús dijo a Nicodemo, “El que no naciere de nuevo, no puede ver
el reino de Dios … El que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:3, 5). El nacido de nuevo
entra en el reino de la verdad salvadora y divina del evangelio.
El reino presente de Jesús sobre la tierra es un reino de
evangelio, un hecho que se relaciona a la razón por la que el
evangelio es llamado el “evangelio del reino” (Mt. 4:23, 24; 9:15;
24:14; Mr. 1:14; Lc. 4:43). (Vea Hch. 1:3; 8:12; 19:8; 28:23, 31.)
Aquellos que aceptan el evangelio de Jesús también lo aceptan como
soberano Señor en su reino convirtiéndose en “ciudadanos del
cielo” (Fil. 3:20).
El
evangelio es el mensaje central del reino o “majestad” presente de
Jesús, pero éste no es un evangelio abstracto o pasivo, sino un
evangelio que es “poder de Dios para salvación.” (Rom. 1:16).
Escribiendo a los tesalonicenses acerca del evangelio, Pablo dijo:
“Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente,
sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena
certidumbre” (I Tes. 1:5). El resultado de la predicación de Pablo
a los tesalonicenses fue que “os convertísteis de los ídolos a
Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (I Tes. 1:9b). Está
claramente declarado que el creyente en el presente entra al reino
de Dios: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas,
y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). Jesús declaró
claramente que Él trajo su “reino” a esta era presente en la forma
de “dominio” sobre Satanás y su potestad de tinieblas: “Mas si por
el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino
de Dios ha llegado a vosotros” (Lc. 11:20). La naturaleza
espiritual del “reino presente de Dios está afirmada por Pablo en
Romanos: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17).
D.
¿SON IDENTICOS LA IGLESIA Y EL REINO DE DIOS?
La
manifestación final y completa del reino “escatológico” de Dios
todavía es futura; pero el poder, la autoridad y el mensaje del
reino fueron introducidos a la era presente por Jesús, y puesto
sobre la iglesia, a cuyos apóstoles dijo, “Sobre esta roca
edificaré mi iglesia; … Y a ti daré las llaves del reino de los
cielos” (Mt. 16:18, 19a). El reino de Dios como “establecimiento
físico” de Dios aún ha de venir, pero el reino como “dominio” ya
ha entrado a la presente era y la iglesia esta ejercitando el
poder del reino. La iglesia no es idéntica al reino de Dios,
porque el reino es más grande que la iglesia; sin embargo, la
iglesia es el instrumento presente del reino y heredará el reino (Stg.
2:5; II P. 1:11).
El
reino final de Dios incluirá no sólo a la iglesia, sino a los
santos del Antiguo Testamento, el futuro remanente de Israel
reunido y las naciones justas que serán parte del reino del
milenio de Jesús (Mt. 25:32, 33; Ap. 20:4, 7, 8; Is. 66:18–23; Jer.
3:16–18; 23:3–6; 31:10–12; Zac. 14:8, 9).
E.
¿ES DIFERENTE EL REINO DE LOS CIELOS DEL REINO DE DIOS?
Algunos doctos bíblicos (incluyendo a los editores de la Biblia de
referencia Scofield, [vea las notas al pie de la página sobre Mt.
3:2]) enseñan que “el reino de los cielos”, encontrado solamente
en Mateo, generalmente se refiere al cristianismo protestante,
mientras que “el reino de Dios”, usado por Marcos, Lucas y Juan,
se refiere al reino soberano de Dios. No hay duda que Jesús en sus
parábolas, a veces extiende el concepto del “reino” para incluir a
la esfera de profesión exterior (el trigo y la cizaña, Mt.
13:24–30); sin embargo, una comparación cercana de los dos
términos “reino de Dios” y “reino de los cielos”, como son usados
en los cuatro evangelios, mostrará que tienen el mismo
significado. Por ejemplo, en las bienaventuranzas, el Evangelio de
Mateo dice que los pobres heredarán el reino de los cielos,
mientras que en el Evangelio de Lucas heredarán el reino de Dios (Mt.
5:3; Lc. 6:20); en Mateo, los discípulos son enviados a predicar
que el reino de los cielos se ha acercado; mientras que en Lucas,
anuncian que se ha acercado el reino de Dios (Mt. 10:6, 7; Lc.
9:2). (Vea también Mt. 4:17; Mr. 1:15.) En el mismo contexto donde
Jesús se refiere a las parábolas (incluyendo aquella del trigo y
la cizaña) como enseñando los “misterios del reino”, el evangelio
de Mateo se refiere a ellos como misterios del reino de los cielos
(13:11), mientras que el en evangelio de Marcos (4:11) son
misterios del reino de Dios. En un pasaje en Mateo, Jesús usa
ambos términos, en el mismo sentido figurativo con exactamente el
mismo significado (Mt. 20:23, 24); en una oración, “difícilmente
entrará un rico en el reino de los cielos;” en la próxima, “es más
fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico
en el reino de Dios.” Es obvio que los términos “reino de los
cielos” y “reino de Dios” en estas comparaciones eran
completamente intercambiables en su uso.
Duffield, G. P., & Van Cleave,
N. M. (2006). Fundamentos
de Teologı́a Pentecostal (480–484). San Dimas, CA: Foursquare
Media.
Tema
central de las parábolas: el reino de Dios
Sería
difícil leer las parábolas de Jesús sin reconocer que su temática
más importante es lo que se denomina el reino de Dios. Muchas de
sus parábolas comienzan con “¿A qué es semejante el reino de Dios?
¿A qué lo compararé?” (Luc. 13:18) o “¿A qué compararé el reino de
Dios?” (Luc. 13:20). Por fácil que sea reconocer el tema principal
en las parábolas de Jesús, no es nada fácil determinar
precisamente lo que Jesús mismo entendía por el reino de Dios.
Prueba está en las múltiples interpretaciones históricas que se le
han dado durante toda la trayectoria de la iglesia cristiana. Si
uno puede determinar lo que Jesús significaba por el término
“reino de Dios”, entonces tendrá con qué evaluar las distintas
interpretaciones históricas. Una apreciación de éstas dependerá en
gran manera del acierto que uno tenga en torno a la pregunta
básica: ¿Qué quería comunicar Jesús cuando hablaba del reino de
Dios? Se abordará este asunto antes de seguir con las
interpretaciones históricas.
Fricke S., R.
(2005). Las parábolas de Jesús: Una aplicación para hoy
(245–246). El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.
LA
VENIDA DEL REINO DE DIOS
“Los
fariseos le preguntaron a Jesús cuándo iba a venir el reino de
Dios, y él les respondió:
-La
venida del reino de Dios no se puede someter a cálculos. No van a
decir: “¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!” Dense cuenta de que el reino
de Dios está entre ustedes.
A
sus discípulos les dijo:
-Llegará el tiempo en que ustedes anhelarán vivir siquiera uno de
los días del Hijo del hombre, pero no podrán. Les dirán: “¡Mírenlo
allá! ¡Mírenlo acá!” No vayan; no los sigan. Porque en su día el
Hijo del hombre será como el relámpago que fulgura e ilumina el
cielo de uno a otro extremo. Pero antes él tiene que sufrir muchas
cosas y ser rechazado por esta generación.”
Un
reino es un pueblo o nación en el cual quien ejerce la autoridad
lleva el título de rey, con leyes y reglamentos que potencian o
limitan tal autoridad. En el caso del Reino de Dios, es el lugar
donde Dios ejerce su autoridad fehacientemente con límites
geográficos, legales, históricos, y derechos que han sido
establecidos desde la eternidad. La palabra en griego que se
tradujo como reino es basileia, la palabra hebrea que tiene el
mismo significado es malkuth. En ambos casos hace referencia a la
autoridad de un rey sobre una ciudad, nación o sociedad.
Este
Reino de Dios se ejerce sobre los hombres y sobre toda la creación
de un modo naturalmente legal, pues Dios mismo es el creador y
constructor del mismo, el que también lo construyó y el que
sostiene todas las cosas con la palabra de su poder, tal como lo
declara enfáticamente la Palabra de Dios.
Como
hemos visto en los capítulos ya comentados, la predicación y
enseñanza básica del Señor Jesucristo es fundamentalmente sobre el
Reino de Dios, casi su tema excluyente. La expresión de evangelio
del reino significa buenas noticias del Reino, porque el momento
predicho por los profetas había llegado, para establecerse en la
mente y corazón del hombre, tal como había sido profetizado en
Jeremías 31:33 “… daré mi ley en su mente y la escribiré en su
corazón, y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo.”
Cuando Jesús enseñó la oración modelo, uno de los tópicos
importantes de esa oración fue el pedido: “Venga a nosotros tu
Reino”. En otro momento les dijo a los discípulos: “Arrepentíos,
porque el Reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Jesús
venía enfatizando vez tras vez, ante los fariseos y discípulos, la
importancia del Reino de Dios. Mateo lo llamaba, refiriéndose al
mismo reino: “Reino de los Cielos”.
San
Agustín describió al Reino de Dios, como un sinónimo de la Iglesia
en su célebre obra de la antigüedad, que todavía está en vigencia,
llamada “La Ciudad de Dios”. Calvino también describió al Reino de
Dios como la Iglesia, la cual es la manifestación terrenal del
Reino de Dios o Reino de los Cielos. Decía Calvino que la función
de la Iglesia es convertir a las naciones de este mundo en partes
integrantes del Reino de Dios.
Muchas personas importantes de la historia comenzando con
Carlomagno, dieron importancia y veracidad a lo escrito por San
Agustín. Muchos dicen que Carlomagno conquistó a las naciones
europeas con el libro de San Agustín “La Ciudad de Dios” en su
mano derecha.
Este
mismo concepto muy desarrollado hizo que Juan Calvino estableciera
en Ginebra una república teocrática cristiana. El tema del Reino
de Dios era de especial atención en ese tiempo en la Universidad
de Ginebra. Se hacía referencia a la levadura, de la cual hablaba
el Señor Jesucristo en una de sus parábolas, la cual leudaría y
todas las naciones serían integrantes del Reino de Dios.
Muchos teólogos de la actualidad coinciden en que el Reino de Dios
es un nuevo orden de contenido social, político y económico que se
establecerá gradualmente en la tierra.
En
San Marcos 1:14–15 dice: “Después que encarcelaron a Juan, Jesús
se fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. Se ha
cumplido el tiempo –decía–. El reino de Dios está cerca.
¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas”
En
Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es cuestión de
comidas o bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu
Santo” Muchos tienen la tentación de pensar que el Reino de Dios
estará relacionado con la economía, la dirección de los asuntos
terrenales, políticos, educacionales, etc. La palabra de Dios nos
revela que la acción del Espíritu Santo en la vida de los
integrantes de este reino trasciende esas necesidades, las suple,
pero brinda a sus ciudadanos un modo de vida mucho más relacionado
con la calidad de vida de acuerdo al punto de vista de Dios, que
con los aspectos humanos.
El
ser integrante del Reino de Dios no es un asunto de ciudadanía
política, sino más bien el resultado de haber nacido de nuevo,
recibir la misma vida de Dios y de esa manera experimentar la
liberación del reino de las tinieblas. En Colosenses 1:13–14 dice:
“Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino
de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de los
pecados”.
En
realidad el estudio de lo relacionado con el reino de Dios
requiere equilibrio y mesura y saber sopesar espiritualmente los
anuncios del mismo, ya que se dan afirmaciones espirituales que
deben ser discernidas también espiritualmente como por ejemplo en
San Juan 18, Jesús le dijo a Pilato “Mi reino no es de este mundo”
pero en Lucas 13 dijo que el reino de Dios comenzaría de una forma
muy pequeña, como una semilla de mostaza que al crecer alcanzaría
a todo el mundo.
Por
ello el mensaje es, que aunque el esplendor total del Reino de
Dios llegará en el futuro, ya ha comenzado a operar en la tierra.
Jesús dice en el párrafo que estamos comentando que el reino de
Dios está entre nosotros. Por ello la declaración que ya
estudiamos, “Más buscad primeramente el Reino de Dios y su
justicia y todas las demás cosas os serán añadidas”.
Como
vemos, existen dos reinos entre los cuales se reparte todo lo
creado: El Reino de Dios y el reino de las tinieblas. La buena
noticia de Dios está relacionada con el establecimiento inicial y
progresivo del Reino de Dios entre nosotros. Por lo tanto la
pregunta sobre la venida del reino estaba fuera de lugar, ya que
se está estableciendo inexorablemente hasta que llegue a la
culminación total, que será cuando de estos dos reinos quede
solamente uno en la tierra.
De
manera que el Reino de Dios se está estableciendo entre los
hombres desde la llegada de Jesús; en este reino las leyes a
cumplir son las leyes que Dios ha revelado. Aunque ya está en
funcionamiento entre aquellos que dicen a Jesús, Señor, por el
Espíritu Santo, este reino será una realidad muy gloriosa en el
futuro, como dice en II Pedro 1:10–11:”Por lo tanto, hermanos,
esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que
fue quien los eligió. Si hacen estas cosas, no caerán jamás, y se
les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo.”
El
reino de Dios todavía no es visible a los ojos naturales. Sin
embargo es algo que está establecido desde la eternidad y aunque
no es visible, inevitablemente terminará siéndolo. El Salmo 145:13
dice: “Tu reino es un reino eterno; tu dominio permanece por todas
las edades.”
Es
una experiencia cristiana contemporánea que dondequiera que el
Señor Jesucristo ha sido recibido por las personas de todo
corazón, ha comenzado a establecerse el Reino de Dios y sus
reglas. Los modales y aún los idiomas se vuelven mucho más dulces,
casi todas las situaciones de la vida diaria de las personas
cambian totalmente, así como la conducta actual y expectativas del
futuro de aquellos que a partir de la relación con Jesucristo van
transformándose, como dice en II Corintios 3:18, de gloria en
gloria, hasta llegar a tener la misma imagen de Cristo Jesús, en
una acción que está desarrollando activamente el Espíritu Santo.
Dı́az, S. (2007).
Comentario bı́blico del continente nuevo: San Lucas. Miami, FL:
Editorial Unilit.
El
reino y el Islam
…es
de mucho interés para el obrero cristiano es lo que los musulmanes
han hecho con la idea del reino de Dios que es mencionado varias
veces en el Corán. Maulana Muhammad Alí al comentar el capítulo
inicial del Corán, dijo:
Al
cristiano se le enseña a orar para que venga el reino de Dios,
mientras que el musulmán es enseñado a buscar su lugar en ese
reino, que ya vino, sin duda el indicio de que la venida del
Profeta (Mahoma) fue realmente el advenimiento del reino de Dios
acerca del cual Jesús predicó a sus discípulos (Mr. 1:15).
Esta
es simplemente la idea de Maulana Muhammad Alí, la cual no se
encuentra explícitamente citada en el Corán. Él no comprende que
Jesús estableció el reino durante su vida terrenal y que es una
realidad en las vidas de los creyentes cristianos ahora, y que al
regreso de Cristo, será totalmente instalado y visiblemente
manifestado.
Aunque la mayoría de los musulmanes creen que el reino de Dios es
el islam, es también verdad que la sura 22:56 habla de una futura
realización del reino: «Ese día el dominio será de Dios y Él
decidirá entre ellos: quienes hayan creído y obrado bien, estarán
en los jardines de la Delicia». Tal como lo percibe Mahoma,
sugiere que el reino de Dios está representado por las recompensas
del paraíso. Hay un capítulo en el Corán que es llamado El Dominio
(sura 67). Y nuevamente M. M. Alí hace un comentario revelador
sobre él:
El
enunciado aquí de que el reino está en las manos de Dios (Alá) y
que tiene poder sobre todas las cosas es como una afirmación
profética para el establecimiento del reino del islam, el cual es
verdaderamente el reino de Dios. Esto quedó claro cuando
Jesucristo dijo: «El reino de Dios será quitado de vosotros, y
será dado a gente que produzca los frutos de él» (Mt. 21:43).
Alí
erró totalmente al no darse cuenta que Jesús se dirigía a los
judíos y les decía que el reino iba a ser quitado de ellos y dado
a los gentiles, esto es, a los gentiles que vendrían a ser
seguidores de Cristo.
Algunos líderes musulmanes han expresado sus ideas acerca de lo
que significa el reino de Dios en el Corán. Por ejemplo, cuando le
preguntaron a Maulana Abul–Alá Maududi sobre el tema, dijo: «El
reino de Dios es el islam tanto en la tierra como en el cielo». En
junio de 1985, cuando pregunté al director del Instituto Islámico
de la Universidad de Filipinas cuál era la definición del reino de
Dios, contestó: «Nadie jamás me hizo esta pregunta. Supongo que
quiere decir la imposición de la Ley Islámica en todo el mundo».
El
reino y el obrero cristiano
Para
los musulmanes que han aceptado una de las definiciones islámicas
mencionadas anteriormente acerca del reino de Dios, será necesario
que el obrero cristiano les muestre pacientemente cómo el reino
fue instaurado por nuestro Señor Jesús, explicar su naturaleza
espiritual—trabajando como levadura en medio de todas las culturas
humanas—, y cómo será completamente establecido en su segunda
venida.
En
realidad, la mayoría de los musulmanes no tienen ni idea de lo que
significa el reino de Dios. Para ellos, la enseñanza de un reino
espiritual extendiéndose y transformando culturas por doquier se
considerará como un soplo de aire fresco o una amenaza peligrosa.
Así
que es importante para el obrero cristiano que comprenda no sólo
lo que significa el reino de Dios y las buenas nuevas del reino,
sino que sea capaz de enseñarlo claramente, sin quedar atrapado en
ninguna cultura. El sello del reino de Dios no es el ser
reconocido por formas culturales particulares, sino que los
ciudadanos del reino son aquéllos que adoran al Padre en espíritu
y en verdad.
McCurry, D.
(1996). Esperanza para los musulmanes (189–191). Miami, Florida:
Editorial Unilit.
Dinámica del Reino
Toda
la predicación, el ministerio y la enseñanza de Jesús se resumen
en estas palabras: «El reino de Dios se ha acercado» (Mc 1.15). El
Señor vino como el Cordero-Salvador para rescatar y redimir a la
humanidad, a darle a conocer el lugar que originalmente le
correspondía como parte del orden divino. La dinámica de la vida y
el ministerio cristianos se fundan en la comprensión del Reino de
Dios, que «no es comida ni bebida» (esto es, práctica ritual),
«sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro 14.17). Este
tópico se trata en treinta y nueve breves artículos, bajo ocho
encabezamientos; 1) fundamentos, 2) terminología, 3) mensaje, 4)
carácter, 5) ministerio, 6) conflicto, 7) adoración y 8) profecía
del Reino. Aquí hay un tesoro de materiales para trazar una
perspectiva completa del Reino de Dios, la esencia de la vida y el
mensaje de la Iglesia. El autor de este estudio otorga similar
importancia al llamado de recibir hoy la vida y el poder del
Reino, y al mismo tiempo seguir esperando su futura consumación
final.
LOS
FUNDAMENTOS DEL REINO
1. La soberanía
divina (Gn 1.1) El dominio de Dios es trascendente; su Reino está
sujeto a la voluntad, la palabra y la acción divinas; su autoridad
se funda en su preexistencia y santidad.
2. El dominio
«delegado» a la humanidad (Gn 1.26–28; 2.16, 17) Dios ha delegado
su dominio, y ello hasta el punto que el ser humano obedezca
fielmente su Ley.
3. Antes de la
caída (Gn 1.31) La voluntad perfecta de Dios no se manifiesta en
presencia de la muerte, la enfermedad, la discordia o el desastre.
4. Impacto de la
caída (Gn 3.16-24) El dominio de los seres humanos pasa a manos de
Satanás; la maldición se extiende por toda la tierra, pero Dios se
mueve para llevar redención a la humanidad caída.
5. Luego del
diluvio (Gn 8.20-9.17) Se establece un orden renovado: los
animales temen ahora al hombre. Se crea un ámbito nuevo donde
buscar primero el Reino de Dios, y resurge la esperanza.
6. La persona
prototipo del «Reino» (Gn 12.1-3) Abraham ilustra dos cuestiones
claves: una relación de fe con Dios, y el plan divino para
restaurar el dominio humano en el mundo.
7. Ejemplos
patriarcales (Gn 26.1–5; 28.1–22) Los patriarcas revelan la
dualidad de la redención; una relación restaurada con Dios y
recuperación del dominio sobre la vida bajo Dios.
8. Responsabilidad
humana (1 Cr 29.10-16) Al ser humano se le considera responsable
por la tierra. Los redimidos deben asistir a Dios al
restablecimiento de su dominio sobre ella.
TERMINOLOGÍA DEL REINO
9. Definición de
la esperanza (Mt 3.1, 2) «El reino» alude al gobierno soberano de
Dios y la venida del Mesías, la cual significa el fin del dominio
de la muerte y la extinción de los sistemas del mundo.
10. Expresiones
sinónimas (Mt 19.23, 24) «El reino de Dios» y «el reino de los
cielos» son sinónimos del «reino» a secas; no es necesario
preocuparse tratando de establecer diferencias entre estas
expresiones.
11. Los escritos
de Juan (Jn 18.36) Juan utiliza el término «vida eterna» para
mostrarle a sus lectores que el Reino es espiritual.
12. Los escritos
de Pablo (Col 1.27, 28) Pablo usa la expresión «en Cristo», que
describe cómo un creyente entra a formar parte del Reino y recibe
todas sus bendiciones.
EL
MENSAJE DEL REINO
13. El evangelio
del Reino (Mc 1.14, 15) Los Evangelio Sinópticos y el libro de
Hechos dicen que Cristo predicó «el evangelio del reino» y lo
trasmitió a sus discípulos, quienes fueron testigos de señales que
lo confirmaban.
14. Arrepentimiento
(Mt 3.1, 2; 4.17) El primer llamado para entrar al Reino es el del
arrepentimiento, y así nacer de nuevo, crecer y llevar fruto.
15. Nuevo
nacimiento (Jn 3.1-5) El creyente inicia una nueva vida, que hace
nacer una relación con Dios y una nueva perspectiva.
16. El Reino
presente y el Reino futuro (Mt 13.1-52) El Reino presente es
ahora, cuando Dios está rescatando la perdida relación con el ser
humano. El Reino futuro llegará con la Segunda Venida de Cristo.
17. La gente del
Reino (Col 1.13) La gente que ha recibido a Jesús ha sido
transferida a otro Reino, del cual son ahora ciudadanos, milicia y
embajadores.
18. El Reino entre
vosotros (Lc 17.20, 21) El Reino de Dios es una realidad
espiritual que penetra en nuestra vida, la gobierna y se
manifiesta a través de ella en amor y servicio.
EL
CARÁCTER Y EL REINO
19. Rasgos del
creyente (Mt 5.1-7.27) En el Sermón del Monte, Jesús revela nueve
rasgos fundamentales de la gente que se somete a las normas del
Reino.
20. Ser como niño
(Mt 18.1-4) El llamado de Cristo a ser como un niño establece el
espíritu en que debe ser ejercida la autoridad del creyente como
agente del poder del Reino.
21. Perdón (Mt
18.18-35) No perdonar puede restringir lo que Dios es capaz de
hacer en otros, y acarrear juicio al que no perdona, además de
cobrar un tributo a sus cuerpos, mentes y emociones.
22. Integridad
y moralidad (1 Co 6.9, 10) La santidad del corazón y la vida
mantiene abiertos los canales de comunicación con Dios y le da
libre acceso al Espíritu Santo para llevar a cabo la voluntad del
Padre.
MINISTERIO DEL REINO
23. El Espíritu
Santo (Mc 1.15) El haber nacido de nuevo no es suficiente para
aspirar al ministerio; necesitamos dotes espirituales para ello.
24. Autoridad para
el ministerio (Lc 9.1, 2) Debemos aspirar al poder sobre las
tinieblas; somos los representantes autorizados de Cristo y Dios
nos proveerá de paz y poder.
25. Oración e
intercesión (Lc 11.2-4) La oración es nuestra tarea como
«administradores del reino», para que veamos al ministerio
elevarse y triunfar.
26. Echar fuera
demonios (Lc 11.20) El poder sobre los demonios es una señal del
verdadero ministerio, pero debemos regocijarnos de la salvación.
27. Recepción del
poder del Reino (Hch 1.3-8) El Espíritu Santo trae poder al ser
humano y debe ser recibido; no constituye una experiencia
automática.
EL
CONFLICTO Y EL REINO
28. El malvado
«gobernante» de la tierra (Lc 4.1-12) Los presentes sistemas del
mundo dependen del gobierno destructivo de Satanás.
29. Arrebatado por
fuerza (Mt 11.12) El Reino de Dios entra con cierta fuerza,
oponiéndose al estado de cosas en el mundo al llenarse la gente
del poder del Espíritu Santo.
30. Bases de la
autoridad (Col 2.13-15) La cruz es la única esperanza del ser
humano para establecer relaciones con Dios y recuperar su lugar en
el mundo.
31. Esfuerzo por
entrar (Lc 16.16) El Reino de Dios avanza por medio de la
predicación, la oración ferviente, la lucha contra lo demoníaco,
la esperanza del milagro y un corazón ardiente.
32. Sufrimiento,
tribulación (Hch 14.21, 22) El poder del Espíritu y el Reino no
inmuniza contra las luchas de la vida, pero traen la promesa de
victoria.
LA
ADORACIÓN Y EL REINO
33. Un Reino de
sacerdotes (Éx 19.5-7) A través de la adoración, el Reino de
sacerdotes descubrirá los medios de su futuras victorias.
34. El
establecimiento del trono de Dios (Sal 22.3) De Dios es el poder;
de nosotros el privilegio de reclamar su gloriosa presencia.
35. Invitación a
que Dios gobierne (Sal 93.2) El poderoso Espíritu de Dios se
invoca en cualquier situación difícil orando: «Venga tu reino»,
«sea hecha tu voluntad», y llenando nuestra vida de alabanzas.
36. Adoración y
alabanza (Ap 1.5, 6) La autoridad que debemos ejercer como
«sacerdotes de Dios» sólo obra en el espíritu de adoración y
alabanza.
37. Prioridad de
la adoración (1 P 2.9) Colocar la adoración y el crecimiento
espiritual como prioridades da lugar a grandes victorias
espirituales y triunfos en la evangelización.
LA
PROFECÍA Y EL REINO
38. El Antiguo
Testamento: La posesión del Reino (Dn 7.21, 22) Los santos poseen
el Reino tras una larga batalla, una mezcla de victorias y
derrotas que anticipan el triunfo definitivo que llegará con la
Segunda Venida de Cristo.
39. Nuevo
Testamento: La guerra de los siglos (Ap 12.10, 11) Esta es la era
de una larga batalla en la que los creyentes son provistos de los
recursos de Dios para alcanzar las victorias del Reino.
Biblia plenitud:
2000 (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
Jesús y el Reino de Dios
Otro enfoque sobre Lucas 17.20-21
Lección sobre la inminencia y certidumbre del reino, 17:20, 21. Un
tema clásico y frecuente en las discusiones rabínicas fue acerca
del reino de Dios, por lo que los fariseos, sin desaprovechar la
oportunidad, preguntaron a Jesús acerca de cuándo vendría el reino
(v. 20). La pregunta, en cierto modo, era lógica por cuanto el
Señor había hablado ya por más de tres años del reino como el tema
central de su predicación. Además, ellos querían saber cuáles eran
las señales que indicaban la presencia o proximidad del reino.
Para los fariseos, como para la gran mayoría de los judíos, el
reino de Dios significaba la liberación sociopolítica de Israel
del gobierno romano, el castigo de los paganos malvados y la
vindicación de Israel como nación en el concierto internacional.
Por supuesto, la imagen de Mesías que tenían subyacía a aquella
concepción como un hombre con poder y habilidad política para
provocar dicha redención.
La
respuesta de Jesús puede parecer decepcionante, porque el reino
vendrá sin hacerse sentir, sin preanuncios espectaculares. Jesús
refirió que el reino de Dios no vendrá con advertencia, porque
simplemente el reino de Dios está en medio de vosotros (vv. 20,
21, comp. 9:2; 10:9, 11). El reino no estaba entre los fariseos,
paradójicamente, ellos eran los más alejados del mismo (comp.
14:1, 15–24). El sentido de las palabras de Jesús es que el reino
está dentro de vuestro alcance, o dentro de vuestra posibilidad
como nación elegida. El reino no era patrimonio de Israel, pero sí
estaba dentro de su espacio, por causa del Mesías. Lo que el Señor
quiso decir es que él estaba justo en medio de ellos y que todo lo
que necesitaban era creer en él como el verdadero Mesías. El reino
estaba entre ellos en la persona del Rey. El reino presente era la
misma presencia del Señor: su persona, palabra y obra. Jesús
enseñó que lo más importante del reino ya estaba entre ellos: el
Rey mesiánico, que vino a establecer el reino hasta la consumación
de los tiempos. El reino de Dios es su gobierno soberano sobre la
historia, la humanidad y el discípulo.
El
reino consiste en una profunda transformación de las relaciones
humanas, generada a partir de una verdadera relación personal con
Dios. Y aquello era evidente en todo el ministerio de Jesús. El
reino no es solamente una realidad interior; Jesús esta diciendo
que él mismo es el reinado de Dios. El reino de Dios se hizo
manifiesto y presente como realidad concreta en la persona,
palabra y obra de Jesús, señalados por la justicia de Dios que
estaba transformando las realidades de injusticia y opresión. Allí
está, no sólo la señal del reino—que los fariseos tanto buscaban—,
sino el reino mismo. Pero como sus expectativas eran distintas, y
además su orgullo y vanidad obnubilaba su discernimiento, nunca lo
vieron. El reino estaba en su cara y nunca sintieron su aliento.
Existe una relación consustancial entre reino de Dios y la
justicia de Dios (comp. 12:31, 32; Mat. 6:33; Rom. 14:17).
e.
Lección sobre la manifestación del Hijo del Hombre, 17:22–37. El
tiempo de Jesús fue de mucha expectativa de transformación
sociopolítica y religiosa. El pueblo judío venía de soportar
sistemáticos cautiverios extranjeros, que habían minado su fuerza
y alimentado—y tergiversado—sus expectativas mesiánicas. La
injusticia era pan de todos los días. Esperaban con ansiedad el
día del Hijo del Hombre, aquel personaje misterioso que vendría de
parte de Dios para establecer el juicio e instaurar el reino de
Dios (comp. Dan. 7:9–18). A toda costa se buscaban signos o
señales que indicaran la proximidad de ese día, terrible para sus
enemigos y glorioso para la nación judía. Jesús mantiene el
discurso, pero cambia de auditorio; ahora se dirige a sus
discípulos. No sería de extrañarse que ellos mismos sostuvieran
algunos pensamientos equivocados respecto del reino y del Mesías
de Dios, y al parecer así fue (comp. Hech. 1:6, 7).
El
reino ya estaba entre ellos, y se había de establecer en el mundo
a través de los creyentes, sin duda (v. 21), pero la pregunta que
Jesús levanta sí le preocupa al mismo Dios: “Cuando venga el Hijo
del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (18:8). Para los judíos
contemporáneos de Jesús, el término “Hijo del Hombre” tenía un
significado bélico, como si se tratase de un gran general de los
ejércitos celestiales. Connotaba autoridad y poder. Fue el título
favorito de Jesús para autoidentificarse. El título aparece al
menos 82 veces en el NT; 81 veces en los Evangelios y 80 veces en
los labios de Jesús. El título proviene sin lugar a dudas del
profeta Daniel (cap. 7). Allí se habla de cuatro imperios
representados por bestias feroces, voraces y violentas: Babilonia,
Medopersa, Grecia y Roma. Pero uno tras otro son vencidos y el
Anciano de Días (Dios) recibe en su presencia al Hijo del Hombre.
A él se le confía la autoridad, la gloria y el poder soberano. El
Hijo del Hombre, por lo tanto, era un símbolo de triunfo, de
conquista, de juicio y de retribución para los judíos. Por eso,
cuando Jesús habló del Hijo del Hombre en términos de poder,
viniendo en las nubes con poder y autoridad, de su trono glorioso
a la diestra del Padre; el pueblo lo aclamó y entendió. Pero
cuando mencionó que el Hijo del Hombre sufriría, que sería muerto
y que resucitaría, el pueblo calló, porque esa visión simplemente
no encajaba en su expectativa de reivindicación nacional (v. 25).
Jesús es el Hijo del Hombre glorioso que escoge ir a la cruz para
saldar la santidad de Dios con su amor, y siendo el general decide
morir en lugar de los soldados, campesinos, marginados, excluidos,
proscritos de la sociedad (19:10). Esa imagen es la que Jesús
procura reajustar, en los siguientes pasajes, en la mente de sus
discípulos y apóstoles. El énfasis de Jesús en este texto es
hablar del día de la manifestación del Hijo del Hombre. A lo menos
cuatro veces pone énfasis en esta idea (vv. 22, 24, 26, 30).
El
Señor precisó a sus discípulos algunos hechos respecto del reino
de Dios y de los días del Hijo del Hombre (v. 22). Es posible que
se trate de un parangón de la frase el día del Señor del AT.
Manifestó que los discípulos desearán verlo regresar, pero no lo
verán (v. 22). Cuando se manifieste todos lo sabrán, con la misma
claridad con la que se distinguen las señales del cielo en una
tormenta (vv. 23, 24). Él se estará manifestando en todo lugar y
tiempo, en el mundo entero, por medio del testimonio del evangelio
del reino de Dios y su justicia. Antes de aquello, es necesario
que el Hijo del Hombre padezca y sea rechazado por su generación
(v. 5) De este modo, Jesús prepara a sus discípulos para enfrentar
los acontecimientos que sobrevendrán dentro de no mucho tiempo en
Jerusalén.
Luego proveyó dos ilustraciones del Antiguo Testamento, para
señalar el cómo de los días de la manifestación del Hijo del
Hombre. Este será un día imprevisto e imprevisible. Jesús usa al
menos tres veces el adverbio como, para establecer un símil, entre
su manifestación futura y algunos eventos conocidos por sus
oyentes (comp. vv. 24a, 26a, 28a). Jesús introduce y concluye
dichos ejemplos de la misma manera (comp. vv. 26, 30). Tanto los
días de Noé como los de Sodoma eran una imagen judía típica del
mal (comp. 10:12). Ninguna de las actividades mencionadas en los
dos casos es mala en sí; lo que Jesús censura, y al mismo tiempo
advierte, es que aquella gente ignoró el mensaje de Dios. Parece
haber un doble énfasis: primero, un total abandono hacia la
mundanalidad y el paganismo, sin ningún interés sincero por Dios;
y segundo, una total inmersión en la promiscuidad y el desenfreno
moral. Vivir como si Dios no existiera, en realidad, es el peor
crimen que un ser humano puede cometer contra sí mismo. Al
mencionar estos eventos, Jesús estaba señalando la dimensión de
juicio del reino de Dios. Entonces quedará claro para todos que el
reino es el triunfo de la justicia sobre la injusticia. En esta
sección, Jesús no está enseñando sobre el rapto de la iglesia,
sino sobre el juicio antes de entrar en el reino.
Cevallos, J. C., &
Zorzoli, R. O. (2007). Comentario bíblico mundo hispano, Tomo 16:
Lucas (268–270). El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.
El reino de Dios en el cuerpo epistolar.
Aunque no es un tema dominante en las cartas de Pablo, en
Colosenses presenta dos instancias que merecen su atención. Él
puede hablar de los “que me ayudan en el reino de Dios” (RVR60),
asumiendo que el reino es el objetivo de su trabajo misionero
(4:11). En este caso el reino parece estar como término global de
la actividad de Dios a favor del hombre. De todos modos esto debe
entenderse en el contexto de 1:13, 14, donde se dice que Dios “nos
ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos
redención por su sangre, el perdón de pecados”. La transferencia
ha sido del dominio de la oscuridad. Así que para el apóstol, los
creyentes inmediatamente pertenecen a un tipo diferente de
dominio, que es la antítesis del estado previo. En realidad, es el
mismo tipo de expulsión de los poderes del mal como encontramos en
los exorcismos de los Sinópticos, sólo que expresado de otra
forma.
Piccardo, H. R. (2006). Introducción al cuerpo epistolar del
Nuevo Testamento: Tomo 2 (111). Buenos Aires, Argentina: Ediciones
del centro.
La Misión De Jesús
Si es cierto que donde Jesús estaba presente, Dios estaba
presente, entonces ¿qué había venido Dios, en Jesús, a hacer?
Marcos salpica en su narrativa varias referencias explícitas a las
razones para la venida de Jesús. Él «vino» para destruir el poder
de los demonios (1:24), para predicar las buenas nuevas de que el
reino de Dios estaba cerca (1:38; cf. 1:14–15), para llamar a los
pecadores y no a «los justos» (2:17) y para morir como rescate
«por muchos» (10:45). Estas cuatro afirmaciones de propósito
abarcan los dos propósitos principales para la venida de Jesús en
el Evangelio de Marcos: traer el largamente esperado reino de Dios
y morir por los pecadores.
Jesús proclama y establece el reino de Dios
Marcos muestra de varias maneras, tanto abierta como sutilmente,
que creía que Jesús cumplía las promesas de Isaías de que Dios
restauraría la fortuna de su pueblo y reinaría sobre ellos con
justicia. Marcos empieza su Evangelio con un mosaico de citas
bíblicas de Éxodo 23:20, Malaquías 3:1 e Isaías 40:3, pero Marcos
atribuye toda la colección a Isaías. De esta manera, alerta al
lector a la importancia de la descripción de Isaías de que Dios
haría volver a su pueblo del exilio a Jerusalén para comprender la
significación de los eventos que está a punto de narrar. Juan el
Bautista cumplirá el papel de Elías según Malaquías 4:5 y
preparará el camino para que Dios dirija a su pueblo, en un nuevo
Éxodo, fuera de su exilio a una Jerusalén restaurada. Como Isaías
40:1–5 lo dice:
¡Consuelen,
consuelen a mi pueblo! —dice su Dios—.
Hablen con cariño a Jerusalén,
y
anúncienle
que
ya ha cumplido su tiempo de servicio,
que
ya ha pagado por su iniquidad,
que
ya ha recibido de la mano del Señor
el
doble por todos sus pecados.
3
Una voz proclama:
«Preparen en el desierto
un
camino para el Señor;
enderecen en la estepa
un
sendero para nuestro Dios.
4
Que se levanten todos los valles,
y se
allanen todos los montes y colinas; que
el terreno escabroso se nivele y
se alisen las quebradas.
5
Entonces se revelará la gloria del Señor,
y la verán todas las
personas. El Señor
mismo lo ha dicho.»
En Jesús, Dios estaba realizando esta liberación escatológica de
su pueblo. Marcos muestra esto de varias maneras. En el bautismo
de Jesús Dios abre los cielos y desciende como el lamento de
Isaías 64:1 le insta a hacerlo (Marcos 1:10); cuando hace esto,
reconoce a Jesús como su Hijo en palabras que recuerdan la
descripción de Isaías 42:1 del Siervo de Dios que liberaría a
Israel: «Éste es mi siervo, a quien sostengo, mi escogido, en
quien me deleito; sobre él he puesto mi Espíritu, y llevará
justicia a las naciones» (cf. Mr 1:11).
Jesús entonces pasa de inmediato cuarenta días en el desierto
(1:13) —lugar donde, según Isaías 40, Dios aparecería para
restaurar a su pueblo— y, como para poner en acción el «nuevo
éxodo» que Isaías profetizó, emerge del desierto como el mensa
Jero de Isaías 52:7 (cf. 62:1), para traer las buenas noticias de
Dios (Mr 1:14).
Marcos resume las «buenas noticias» (euangelion) que Jesús «vino»
a predicar (1:38) en términos de la llegada o cercanía del «reino
[basileia] de Dios» (1:15). Lo que esta frase significa
precisamente y el sentido en el cual el reino de Dios «está cerca»
(engiken) ha sido tema de toda una biblioteca virtual de debates
académicos. A la luz de la cita explícita de Isaías con la que
Marcos empieza su Evangelio y las claras alusiones a Isaías por
todo el prólogo de su Evangelio, sin embargo, puede haber escasa
duda de que entendía la proclamación de Jesús del reino de Dios en
términos de Isaías.
Cuando Isaías hablaba de que Dios restaurará a su pueblo, a veces
usó lenguaje similar al lenguaje que Marcos usa para resumir la
predicación de Jesús. Isaías 52:7–10 resume la liberación del
pueblo de Dios de los babilonios, que han sido el enfoque del
profeta desde 40:1. En 52:7 muestra a un mensajero que anuncia las
«buenas noticias» (LXX, euangelizomenou) de que el Dios de Sion
«reina» (LXX, basileusei). En Isaías, Dios también puede hablar de
la restauración inminente de su pueblo como «Mi justicia no está
lejana» (LXX, engisa; Is 46:13; cf. 51:5; 56:1). Marcos parece
haber entendido la proclamación de Jesús de la cercanía del reino
en esos términos. Jesús anunció que el tiempo de espera por la
restauración profetizada por Isaías se había cumplido; el reino de
Dios se había acercado en la predicación de Jesús.
No era suficiente que Jesús meramente «predicara» estas buenas
noticias, sin embargo; su misión también era poner en efecto esta
restauración largamente esperada. Por consiguiente, como Dios en
Isaías 40–66, cuyo brazo está extendido como el de un guerrero
para presentar batalla contra los enemigos de su pueblo (Is 40:10;
42:13–17; 49:24–26; 51:9–11; 52:10) y dirigirlos en «el camino»
para salir del exilio y de regreso a Jerusalén (Is 35:8–10; 40:3;
42:16; 43:16, 19; 49:9, 11; 57:14), Jesús conquista a los demonios
en 1:16–8:26 y después en 8:27–11:1 dirige a sus discípulos en
«camino» a Jerusalén. De modo similar, tal como Dios en Isaías
35:5–10 restaura la vista a los ciegos, oído a los sordos, y
fortalece a los cojos antes del retorno jubiloso de Israel a Sion
por el «camino de santidad», Jesús les da vista a los ciegos
(8:22–26; 10:46–52), oído a los sordos (Mr 7:31–37; 9:13–29), y
fuerza a los cojos (2:1–12) antes y durante su recorrido con sus
seguidores por el «camino» a Jerusalén.
Para Marcos, por consiguiente, la proclamación de Jesús del reino
de Dios y su establecimiento de este reino mediante exorcismos,
curaciones y alimentaciones fueron todas señales de que por Jesús,
Dios había visitado a su pueblo para efectuar la restauración que
Isaías había prometido.
Thielman, F. (2006). Teología del Nuevo Testamento: Síntesis del
Canon del Nuevo Testamento (71–73). Miami, FL: Editorial Vida.
Bendecidos.
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